Página 312 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
a soportar pruebas, aceptemos la cruz, y bebamos la copa amarga,
recordando que es la mano de un Padre la que la ofrece a nuestros
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labios. Confiemos en él, en las tinieblas como en la luz del día. ¿No
podemos creer que nos dará todo lo que fuere para nuestro bien?
“El que aun a su propio Hijo no perdonó, antes le entregó por to-
dos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?”
Romanos 8:32
. Aun en la noche de aflicción, ¿cómo podemos ne-
garnos a elevar el corazón y la voz en agradecida alabanza, cuando
recordamos el amor por nosotros expresado en la cruz del Calvario?
¡Qué tema de meditación nos resulta el sacrificio que hizo Jesús
por los pecadores perdidos! “Mas él herido fue por nuestras rebelio-
nes, molido por nuestros pecados: el castigo de nuestra paz fue sobre
él; y por su llaga fuimos nosotros curados”.
Isaías 53:5
. ¿Cuánto
debemos estimar las bendiciones así puestas a nuestro alcance? ¿Po-
dría Jesús haber sufrido más? ¿Podría haber comprado para nosotros
más ricas bendiciones? ¿No debiera esto enternecer el corazón más
duro, cuando recordamos que por nuestra causa dejó la felicidad y la
gloria del cielo, y sufrió pobreza y vergüenza, cruel aflicción y una
muerte terrible? Si por su muerte y resurrección él no hubiese abierto
para nosotros la puerta de la esperanza, no habríamos conocido más
que los horrores de las tinieblas y las miserias de la desesperación.
En nuestro estado actual, favorecidos y bendecidos como nos ve-
mos, no podemos darnos cuenta de qué profundidades hemos sido
rescatados. No podemos medir cuánto más profundas habrían sido
nuestras aflicciones, cuánto mayores nuestras desgracias, si Jesús no
nos hubiese rodeado con su brazo humano de simpatía y amor, para
levantarnos.
Podemos regocijarnos en la esperanza. Nuestro Abogado está
en el santuario celestial intercediendo por nosotros. Por sus méritos
tenemos perdón y paz. Murió para poder lavar nuestros pecados,
revestirnos de su justicia, y hacemos idóneos para la sociedad del
cielo, donde podremos morar para siempre en la luz. Amado her-
mano, amada hermana, cuando Satanás quiera llenar vuestra mente
de abatimiento, lobreguez y duda, resistid sus sugestiones. Habladle
de la sangre de Jesús, que limpia de todo pecado. No podéis salvaros
del poder del tentador; pero él tiembla y huye cuando se insiste
en los méritos de aquella preciosa sangre. ¿No aceptaréis, pues,
agradecidos, las bendiciones que Jesús concede?
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