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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
en el alma. El primero y más precioso conocimiento, es conocer a
Cristo; y los padres sabios mantendrán siempre este hecho frente a
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la mente de sus hijos. Si una extremidad se quebrase o fracturase, los
padres harían uso de todos los medios que la sabiduría les trajese a
la mente para restaurar el miembro afectado a su condición original.
Esta es su prerrogativa, es su deber. Pero el Señor exige que un
mayor tacto, una mayor paciencia y un mayor esfuerzo perseverante
se empleen para sanar las manchas del alma. No merece el nombre
de padre quien no sea para con sus hijos un maestro, dirigente y ami-
go cristiano, atándolos a su corazón con los fuertes lazos del amor
santificado, un amor que tiene su fundamento en el deber fielmente
cumplido.
Los padres tienen una labor grande y responsable que hacer, y
muy bien pudieran inquirir: “Y para estas cosas, ¿quién está capaci-
tado?”
2 Corintios 2:16
. Pero el Señor ha prometido dar sabiduría a
quienes la pidan con fe, y él hará precisamente lo que dijo que haría.
Se complace con la fe que se fía en su palabra. La madre de Agustín
(obispo de Hipona) oró por la conversión de su hijo. No veía evi-
dencia de que Dios estuviera impresionando su corazón, pero no se
desanimaba. Colocaba sus dedos sobre los textos bíblicos y presenta-
ba ante Dios las palabras que él mismo había pronunciado, rogando
como sólo una madre puede hacerlo. Su profunda humillación, su
ferviente perseverancia, su fe incansable, prevalecieron y el Señor le
concedió el deseo de su corazón. Hoy está igualmente dispuesto a
escuchar las peticiones de su pueblo. Su mano “no se ha acortado
para salvar, ni se ha endurecido su oído para oír” (
Isaías 59:1
); y si
los padres cristianos lo buscan con esmero, él abastecerá sus labios
de argumentos y por amor de su nombre obrará poderosamente en
su favor convirtiendo a sus hijos.
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