Página 321 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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La educación de los niños
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de los niños y por medio de ellos ejerce un poder controlador y
lleva a cabo sus planes. Se deshonra a Dios mediante la exhibición
de temperamentos perversos que excluyen la reverencia hacia él
e inculcan la obediencia a las sugerencias de Satanás. El pecado
cometido por los padres al así permitir que Satanás ejerza el control,
es inconcebible. Están sembrando semilla que producirá cardos y
espinas y que ahogará toda planta a que el cielo da crecimiento; y
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sólo el juicio revelará la cosecha que se ha de juntar.
Pero, ¡cuán triste es pensar que cuando la vida y sus errores se
examinen a la luz de la eternidad, será demasiado tarde para que esta
percepción tardía sea de alguna ayuda!
El grave descuido de la educación de los niños para Dios ha per-
petuado el mal y arrojado a las filas del enemigo a muchos que, con
un cuidado juicioso, hubieran podido ser colaboradores de Cristo.
Las falsas ideas y un afecto insensato y desviado han alimentado ras-
gos que han hecho a los niños desagradables e infelices, han agriado
las vidas de los padres y han extendido su influencia malsana de
generación en generación. Cualquier niño a quien se le permita obrar
a su propio gusto deshonrará a Dios y le causará agravio a su padre
y a su madre. La luz ha resplandecido de la Palabra de Dios y de los
testimonios de su Espíritu, de manera que nadie tiene necesidad de
errar con respecto a su deber. Dios exige que los padres críen a sus
hijos para que le conozcan y respeten sus pedidos; deberán educar a
los pequeñuelos, como miembros menores de la familia del Señor,
a que tengan hermosos caracteres y temperamentos para que sean
aptos para dejar brillar su luz en los atrios celestiales. Por medio del
descuido de su deber y el consentimiento de los niños en lo malo,
los padres les están cerrando las puertas de la ciudad de Dios.
Estos hechos hay que inculcarlos bien en las mentes de los
padres; que despierten y reanuden la obra que por tanto tiempo han
descuidado. Los padres que profesan amar a Dios no están haciendo
su voluntad. Porque no refrenan ni conducen bien a sus hijos, miles
crecen con caracteres deformados, moral relajada y poca educación
en los deberes prácticos de la vida. Se les permite que hagan como
les plazca con sus impulsos, su tiempo y sus facultades mentales. La
pérdida ocasionada a la causa de Dios por estos talentos descuidados
está a la puerta de padres y madres; y ¿qué excusa darán a Dios
que les encomendó el sagrado deber de preparar las almas bajo