Página 322 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
su cuidado para que mejorasen sus facultades para la gloria de su
Creador?
Mis queridos hermano y hermana, que el Señor abra vuestros
ojos y despierte vuestras mentes para que veáis vuestros fracasos y
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los redimáis. Ninguno de los dos está viviendo con la vista puesta
sólo en la gloria de Dios. Mostráis muy poca fuerza para poneros
al lado de Jesús y defender la fe dada una vez a los santos. Habéis
descuidado vuestro deber en la familia y habéis comprobado que
no se puede confiar en la juventud puesta bajo vuestro cuidado. Así
mira Dios vuestra obra en el hogar; así aparece registrado en los
libros del cielo. Pudisteis haber conducido a muchos a Jesús; pero
vuestra falta de valor moral os ha hecho infieles en todo aspecto.
Los errores en vuestro sistema débil de gobierno familiar se
revelan en los caracteres de vuestros hijos. No os habéis educado
para seguir las instrucciones dadas en la Palabra de Dios. Los males
resultantes de vuestros fracasos en el cumplimiento del deber se
están tornando serios y profundos. La hermana G no ejerce una
influencia correcta. Se ha rendido ante las voluntades fuertes de sus
hijos obstinados, y los ha consentido para su propio daño. Ambos
debisteis haber enseñado a vuestros hijos desde la misma infancia
que no podían controlaros a vosotros, sino que vuestra voluntad
debía ser obedecida. Si la hermana G hubiera recibido una educa-
ción apropiada en su niñez, si hubiera sido disciplinada y educada
conforme a la Palabra de Dios, poseería ella misma un molde de
carácter distinto y comprendería mejor los deberes que le correspon-
den. Sabría cómo educar a sus hijos para hacer que sus caminos sean
agradables a Dios. Pero, los defectos que han resultado de su propia
educación errada se reproducen en sus hijos y ¿qué clase de obra
llevarán a cabo cuando les toque encabezar sus propias familias? La
mayor puede que tenga algún conocimiento de deberes domésticos;
pero, más allá de esto, es nada más que una principiante.
Con un gobierno sabio y firme, estos muchachos hubieran po-
dido ser miembros útiles de la sociedad; así como están, son una
maldición, un reproche para nuestra fe. Son vanos, frívolos, volun-
tariosos y extravagantes. Tienen apenas reverencia por sus padres,
hasta el punto que es casi imposible despertar sus sensibilidades
morales. Las inclinaciones naturales de los padres, particularmente
las que son desagradables, están marcadamente desarrolladas en sus