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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
corregir a los demás y hacerles sentir sus faltas. No lo haga. Esta
no es la labor que Dios le ha asignado. El no lo ha puesto como
reparador de la iglesia. Hay muchas cosas que usted ve a la luz de
la Biblia. Sin embargo, aunque tenga razón en algunos puntos, no
piense que sus opiniones son siempre correctas, porque en muchos
puntos sus ideas están distorsionadas y no resistirán el escrutinio.
Procure no exaltarse a sí mismo, sino que aprenda la manse-
dumbre y la humildad en la escuela de Cristo. Usted sabe cómo
era el carácter de Pedro, cuán prominentemente fueron cultivados
sus rasgos peculiares. Antes de su estrepitosa caída era siempre
exagerado y dictatorial, y hablaba en forma imprudente e impulsiva.
Estaba siempre listo para corregir a los demás y expresar su parecer
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antes de comprenderse bien a sí mismo o lo que tenía que decir.
Pero Pedro se convirtió, y el Pedro convertido era muy diferente del
Pedro irreflexivo e impetuoso. Aunque mantuvo su antiguo fervor, la
gracia de Cristo templaba su celo. En lugar de ser impetuoso, lleno
de confianza y exaltación propia, era calmado, sereno y dócil. Ahora
sí podía apacentar tanto a los corderos como a las ovejas de la grey
de cristo.
Usted, mi estimado hermano, tiene una gran labor que hacer por
sí mismo cada día. Debe esforzarse constantemente para refrenar
su mal genio y sus inclinaciones hacia el mal. Estos han crecido a
medida que usted ha ido creciendo, y sólo Jesús puede darle la fuerza
para vencerlos. Debe considerarse un siervo de Cristo y procurar ser
como él en carácter. Procure ser agradable a los demás. Aun en sus
relaciones comerciales, sea cortés, bondadoso y tolerante, revelando
así que tiene la mansedumbre de Jesús y que su Espíritu lo domina.
Usted forma parte de la humanidad y debe ser paciente, bondadoso
y misericordioso. Sea atento y subyugue el egoísmo. Pregúntese:
“¿Cómo puedo yo ser una bendición para los demás?” Si su corazón
anhela hacer el bien a otros, aunque le cause inconveniencia, tendrá la
bendición de Dios. Cuando se lo eleva fuera del ámbito de la pasión
y el impulso, el amor se espiritualiza y se manifiesta en palabras y
hechos. Un cristiano ha de poseer ternura y amor santificados, libre
de impaciencia o malhumor; los modales rudos y bruscos han de ser
suavizados por la gracia de Cristo.
Oh, mis hermanos, educaos en la escuela de Cristo. Que el es-
píritu de controversia cese en el hogar y en la iglesia. Que vuestros