Página 332 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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La ambición mundanal
Mi estimado hermano I,
Desde que lo conocí en la reunión campestre del Estado de
Maine, he sentido que no es demasiado tarde para que ponga su
corazón y su casa en orden. Sé que el Espíritu lo ha impresionado;
y ahora le hago esta pregunta: En respuesta a esta invitación al
arrepentimiento, ¿entregará su corazón gozosamente a Dios? Su
caso se me ha presentado en visión; pero mientras usted estaba bajo
el control del enemigo de las almas, no tenía yo el valor de enviarle
el mensaje que el Señor me había dado. Temía que usted lo tomara
livianamente y que el Espíritu Santo fuera contristado por última
vez. Pero ahora siento la urgencia de mandarle este testimonio que
tendrá para usted olor de vida para vida, o de muerte para muerte.
No lea esto si es que ha decidido escoger las tinieblas en lugar
de la luz, servir a Mammón en vez de Cristo. Pero si realmente
desea hacer la voluntad de Dios, y está dispuesto a ser salvo en la
forma que él determine, entonces lea este testimonio. Sin embargo,
no lo lea para ponerle reparos, ni para pervertirlo, ridiculizarlo o
despreciarlo, porque en ese caso tendrá para usted sabor de muerte
para muerte y testificará contra usted en el día del juicio. Antes
de leer este mensaje de amonestación, preséntese solo ante Dios y
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pídale que le quite el espíritu de resistencia, rebelión e incredulidad,
y que derrita y enternezca su corazón de piedra.
Nosotros no comprendemos la grandeza y la majestad de Dios ni
recordamos la inconmensurable distancia que existe entre el Creador
y las criaturas que formó con su mano. Aquel que está entronizado
en los cielos, blandiendo el cetro del universo en su mano, no juzga
conforme a nuestra norma finita, ni calcula conforme a nuestros
cómputos. Nos equivocamos si pensamos que lo que es grande
para nosotros debe ser grande para Dios, y que lo que es pequeño
para nosotros debe ser pequeño para él. No sería más exaltado que
nosotros si sólo poseyera las mismas facultades.
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