Página 333 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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La ambición mundanal
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Dios no considera todos los pecados de igual magnitud. Ante
su vista hay grados de culpabilidad como los hay también en el
concepto del hombre finito. Pero no importa cuán insignificante
parezca algún rasgo equivocado de conducta ante los ojos humanos,
ningún pecado es pequeño ante la vista de Dios. Los pecados que
el hombre tiende a ver como pequeños pueden ser los mismos que
Dios cuente como grandes delitos. Al borracho se le desprecia y se
le dice que su pecado lo excluirá del cielo, mientras que el orgullo,
el egoísmo y la avaricia no son reprochados. Pero estos pecados son
especialmente ofensivos para Dios. El “resiste a los soberbios” (
1
Pedro 5:5
), y Pablo nos dice que la avaricia es idolatría
Colosenses
3:5
. Los que están familiarizados con las denunciaciones contra la
idolatría que aparecen en la Palabra de Dios, verán de inmediato
cuán grave ofensa es este pecado.
Dios habla por medio de su profeta: “Deje el impío su camino,
y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual
tendrá compasión de él, y a nuestro Dios, el cual será amplio en
perdonar. Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos,
ni vuestros caminos mis caminos, dice Jehová. Porque así como
los cielos son más altos que la tierra, así son mis caminos más
altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros
pensamientos”.
Isaías 55:7-9
. Necesitamos claro discernimiento
para que midamos el pecado conforme a las nomas de Dios y no
las nuestras. Adoptemos como nuestra regla la Palabra divina, no
nuestras opiniones humanas.
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Nos encontramos en el gran campo de batalla de la vida, y no
olvidemos jamás que somos individualmente responsables por el
resultado de la lucha; que aunque Noé, Job y Daniel estuviesen en
medio del país, ni a sus hijos ni a sus hijas librarían por su justicia.
Ezequiel 14:16
. Usted, hermano mío, no ha pensado en esto. Sin
embargo, ha justificado su propio proceder porque pensó que sus
hermanos no obraron correctamente. A veces ha actuado como un
niño mimado y consentido y ha expresado incredulidad y duda por
despecho a los demás; pero, ¿valdrá la pena hacer esto? ¿Existe algo
en su familia, la iglesia o el mundo que justifique su indiferencia
hacia las exigencias de Dios? ¿De qué le servirá alguna de sus
excusas cuando se halle cara a cara ante el Juez de toda la tierra?
Cuán insensato y pecaminoso parecerá entonces su proceder egoísta