Página 334 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
y avariento. Cuán irresponsable le parecerá haber permitido que
las opiniones mundanas y las ganancias materiales eclipsaran la
recompensa que se dará a los fieles: dicha eterna en el Paraíso de
Dios.
Cuando sufría un grave padecimiento físico y la ciencia humana
no le ofrecía esperanza alguna, el Señor tuvo misericordia de usted
y compasivamente le alivió la enfermedad. Satanás ha procurado
afligirlo y arruinarlo, y hasta ha querido arrebatarle la vida; pero
el Salvador lo ha escudado vez tras vez, para que no fuese abatido
cuando su corazón estaba lleno de desvarío satánico, y su lengua
pronunciaba palabras de amargura e incredulidad contra la Biblia
y contra la verdad que en un tiempo defendía. Cuando Satanás ha
clamado por usted, reclamándolo como suyo, Cristo ha repelido al
enemigo cruel y maligno con estas palabras: “Todavía no he retirado
mi Espíritu de él. El tiene dos pasos más que dar antes de cruzar el
límite de mi misericordia y amor. Las almas son compradas por mi
sangre. El Señor te reprenda, oh Satanás; el Señor te reprenda”.
Luego fui llevada al pasado de su vida, y lo vi cuando su corazón
abrigaba la verdad. El Espíritu de Dios lo convenció concerniente
al camino que debía seguir, y sostuvo una gran lucha contra el yo.
Usted había sido un hombre perspicaz y maquinador. No había tra-
tado a otros como hubiera deseado que lo trataran a usted, sino que
se aprovechaba de ellos cuantas veces podía. Tenía que librar una
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batalla pesada y rigurosa para dominar el yo y amortiguar el orgullo;
y era solamente mediante la gracia de Dios que esta obra se podía
realizar. En vez de llevar a cabo una reforma total, unió usted la
verdad a un carácter remendado, el cual no resistiría la tentación. No
comenzó buscando a Dios con corazón contrito y humillado y corri-
giendo errores. Si lo hubiera hecho, no hubiese tropezado y caído en
la red del enemigo. Sus motivos estaban mezclados con un egoísmo
que usted mismo no percibía claramente. Razonamientos arraigados
en su interés mundanal, su nivel social y su relativa respetabilidad,
influyeron en usted para que no se decidiera a hacer una obra sincera
y cabal ante Dios y los hombres. El querer alcanzar la norma del
mundo dañó la sinceridad y pureza de su carácter cristiano; y no
logró hacer fruto digno de arrepentimiento.
Zaqueo declaró: “Si en algo he defraudado a alguno, se lo de-
vuelvo cuadruplicado”.
Lucas 19:8
. Por lo menos pudo usted haber