Página 353 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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La elaboración de vino y sidra
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y todo principio se sacrifica. Las determinaciones más serias quedan
socavadas; y los intereses eternos no son lo suficientemente fuertes
para mantener el apetito degradado bajo el dominio de la razón.
Algunos nunca están realmente ebrios, pero siempre están bajo
la influencia de la sidra o del vino fermentado. Están calenturien-
tos, desequilibrados mentalmente, en realidad no delirantes, pero
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en un estado igualmente malo, porque todas las facultades nobles
de la mente están pervertidas. La tendencia a las enfermedades
de diferentes clases, tales como hidropesía, afecciones del hígado,
nervios inestables, hipertensión, etc. resultan del uso habitual de la
sidra fermentada. Por medio de su uso muchos acarrean sobre sí
enfermedades permanentes. Algunos mueren de consunción o caen
postrados bajo el poder de la apoplejía por esta causa solamente.
Otros padecen de dispepsia. Toda función vital se afecta y los médi-
cos les dicen que sufren del hígado, cuando si rompiesen el barril de
sidra sin reponerlo nunca, las fuerzas vitales maltratadas recobrarían
su vigor.
El consumo de sidra lleva al uso de bebidas más fuertes. El estó-
mago pierde su vigor natural y se necesita algo más fuerte para que
entre en acción. En cierta ocasión, cuando mi esposo y yo estábamos
viajando, nos vimos obligados a pasar varias horas esperando el tren.
Mientras estábamos en la estación, un agricultor hinchado y de ros-
tro enrojecido entró al restaurante del lugar y con voz fuerte y tosca
preguntó: “¿Tienen brandy de primera calidad?” Le dijeron que sí
y él pidió medio tazón. “¿Tienen salsa picante?” Le respondieron
que sí. “Entonces añádanle dos buenas cucharadas”. Luego pidió
que le agregaran dos cucharadas de alcohol y terminó pidiendo que
le espolvorearan “una buena dosis de pimienta negra”. El hombre
que preparaba la bebida preguntó: “Y ¿qué va a hacer usted con esta
mixtura?” El contestó: “Pienso que va a caerme bien”, y llevando
el vaso a sus labios, apuró ese ardiente brebaje. Ese hombre había
usado estimulantes hasta el punto de destruir la sensibilidad de las
delicadas membranas del estómago.
Muchos al leer esto se reirán de la advertencia de peligro y
quizás digan: “Seguramente el poquito de vino o sidra que yo tomo
no puede hacerme daño”. Satanás ha señalado a estas personas como
presa suya; las conduce paso a paso y ellas no se dan cuenta hasta
que las cadenas del hábito y el apetito son demasiado fuertes para