Página 374 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

Basic HTML Version

370
Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
siervos fue desatendida. Los traidores habían hecho su obra. Toda la
asamblea, con una sola voz, gritó en favor de apedrear a Caleb y a
Josué.
Y ahora el poderoso Dios se manifestó, para desconcierto de
su pueblo desobediente y murmurador. “Pero la gloria de Jehová
se mostró en el tabernáculo de reunión a todos los hijos de Israel”.
¡Qué carga recayó sobre Moisés y Aarón, y cuán intensas fueron
sus plegarias para que Dios no destruyese a su pueblo! Moisés
presentó ante el Señor las gloriosas manifestaciones del poder divino
que habían convertido el nombre de Jehová en un terror para sus
enemigos, y le imploró que los enemigos de Dios y de su pueblo
no tuvieran ocasión de decir: “Por cuanto no pudo Jehová meter a
este pueblo en la tierra de la cual les había jurado, los mató en el
desierto”. El Señor oyó la oración de Moisés; pero declaró que los
que se rebelaron contra él después de haber presenciado su poder y
su gloria, morirían en el desierto; nunca verían la tierra que era su
herencia prometida. Pero en cuanto a Caleb dijo Dios: “A mi siervo
[356]
Caleb, por cuanto hubo en él otro espíritu, y decidió ir en pos de mí,
yo le meteré en la tierra donde entró, y su descendencia la tendrá en
posesión”.
Fue la fe de Caleb en Dios lo que le dio ánimo, lo que lo libró
del temor de los hombres, aun de los grandes gigantes, hijos de
Anac, y lo capacitó para mantenerse firme y sin titubeos en defensa
del bien. Es de esa misma exaltada fuente, el gran General de las
huestes, que cada verdadero soldado de la cruz de Cristo ha de
derivar fuerza y valor para vencer los obstáculos que a menudo
parecen ser invencibles. La ley de Dios es anulada y los que desean
cumplir su deber han de estar siempre listos para hablar las palabras
que Dios les dé, y no palabras de duda, desánimo y desesperación.
Pastor M, aunque usted tenga el respaldo de muchos, como fue
el caso de los espías infieles, de todos modos los sentimientos ex-
presados en su carta no provienen del Espíritu del Señor. Cuídese de
que sus palabras y su espíritu no sean como los de ellos, y su obra
del mismo carácter pernicioso. En tiempos como éstos no hemos de
albergar ni un pensamiento o pronunciar una palabra de increduli-
dad, ni dar lugar a actos egoístas. Esto se ha hecho en la Asociación
de Upper Columbia y en la North Pacific; y cuando estuvimos allá,
sentimos en alguna medida la tristeza, el tormento y el desaliento