Página 375 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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El sostén de las misiones urbanas
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que experimentaron Moisés, Aarón, Caleb y Josué. Procuramos en-
cauzar la corriente por una dirección opuesta, pero fue a costa de
severa labor, gran ansiedad y angustia mental. Y eso que la labor de
reforma en estas asociaciones apenas ha comenzado. Es sólo con
el tiempo que se vencerán la incredulidad, la falta de confianza y la
sospecha cultivadas por muchos años. En gran manera Satanás ha
tenido éxito en llevar a cabo sus propósitos en estas asociaciones,
porque ha encontrado a personas que puede usar como agentes.
Por amor a Cristo y a la verdad, hermano M, no deje la obra en su
asociación en tal estado que le sea imposible a su sucesor poner las
cosas en orden. El pueblo ha recibido una visión estrecha y limitada
de la obra; se ha fomentado el egoísmo, y la mundanalidad no ha
sido reprendida. Le pido que haga todo lo que esté a su alcance para
borrar la estampa equivocada que le ha dado a esta asociación, que
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remedie los tristes efectos de su descuido del deber, y de esta manera
prepare el campo para otro obrero. Si usted no hace así, que Dios se
apiade del obrero que le siga a usted.
Los presidentes de asociación deben ser hombres a quienes se
les pueda confiar plenamente la obra de Dios. Deben ser hombres
de integridad, no egoístas, dedicados, cristianos trabajadores. Si son
deficientes en estos sentidos, las iglesias bajo su cargo no prospera-
rán. Ellos, más aún que otros ministros de Cristo, deben dar ejemplo
de una vida santa y devoción abnegada a los intereses de la causa de
Dios, de manera que los que esperan ver un ejemplo en ellos no se
engañen. Pero en algunos casos procuran servir tanto a Dios como
a Mammón. No hay abnegación ni preocupación por las almas. La
conciencia no es sensible; cuando la causa de Dios es lastimada, su
espíritu no se resiente. En su corazón ponen en duda los testimonios
del Espíritu del Señor. Ellos mismos no llevan la cruz de Cristo;
no conocen el amor ferviente de Jesús. Y no son fieles pastores del
rebaño sobre el cual han sido puestos como supervisores; su registro
no es tal que se regocijarían al encararlo en el día de Dios.
¡Cuánto se requiere que los ministros en su obra cuiden de las
almas como quienes deben rendir cuenta! ¡Qué devoción, qué en-
tereza de propósito, qué piedad elevada debiera verse en su vida y
carácter! Cuánto se pierde por falta de tacto y tino al presentar la
verdad a otros, y cuánto más por un comportamiento descuidado,
palabras ásperas y mundanalidad que de ninguna manera representa