El sostén de las misiones urbanas
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moverá con gran voz, y la tierra será llena de su gloria. ¿Estamos
preparándonos para este gran derramamiento del Espíritu de Dios?
Se han de emplear instrumentos humanos en esta obra. El celo y
la energía deberán intensificarse. Los talentos que se están enmohe-
ciendo por la inacción, han de movilizarse en el servicio. La voz
propensa a decir: “Esperad; no permitáis que os impongan cargas”,
es la voz de los espías acobardados. Ahora necesitamos hombres de
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la talla de Caleb que tomen la delantera: caudillos en Israel que con
valerosas palabras den un informe vigoroso en favor de la acción
inmediata. Cuando el pueblo egoísta, amante de la comodidad, y,
asustado por grandes gigantes y murallas inpenetrables clama por
retirarse, que se oiga entonces la voz de los que son como Caleb,
aunque los cobardes estén de pie con piedras en las manos, listos
para atropellarlos por causa de su fiel testimonio.
¿Es que no Somos capaces de discernir las señales de los tiem-
pos? ¿No podemos ver cuán intensamente trabaja Satanás atando
la cizaña en gavillas, uniendo los elementos de su reino para apo-
derarse del mundo? Esta obra de atar la cizaña se está llevando a
cabo más rápidamente de lo que nos imaginamos. Satanás está po-
niendo cuanto obstáculo puede para estorbar el avance de la verdad.
Procura crear diversidad de opiniones y fomentar la mundanalidad
y la avaricia. Obra con la sutileza de la serpiente y cuando le es
oportuno, con la ferocidad del león. Su única delicia es la ruina
de las almas y la destrucción su única preocupación. ¿Actuaremos
entonces como si estuviéramos paralizados? Los que profesan la
verdad, ¿escucharán las tentaciones del artero enemigo y permitirán
volverse egoístas, estrechos, dejando que sus intereses mundanales
estorben sus esfuerzos en favor de la salvación de las almas?
Todos los que entrarán por los portales del cielo lo harán como
vencedores. Cuando la hueste de los redimidos esté junto al trono de
Dios, con palmas en las manos y coronas sobre sus sienes, se sabrá
qué victorias han sido ganadas. Se verá cómo fue que obró el poder
de Satanás sobre sus mentes, cómo se vinculaba él con las almas
que se jactaban de estar haciendo la voluntad del Señor. Entonces
se verá que su poder y sutileza no pudieran haberse vencido con
éxito si no se hubiese combinado el poder divino con el humano.
El hombre tiene que ganar la victoria sobre sí mismo: su genio, sus
propensidades y su espíritu han de someterse a la voluntad de Dios.