Página 389 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Hombres jóvenes como misioneros
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estén preparados para asumir cargos útiles en esta causa. Debemos
mostrar confianza en nuestros hombres jóvenes. Ellos deben ser
pioneros en toda empresa que requiera trabajo y sacrificio, mientras
que los agotados siervos de Cristo deben estimarse como consejeros
para animar y ser una bendición para los que hacen el trabajo más
pesado para Dios. Estos padres de experiencia fueron lanzados
por la Providencia a ocupar puestos difíciles de responsabilidad
a una temprana edad, cuando no estaban bien desarrolladas sus
facultades físicas e intelectuales. La magnitud del encargo que les
fue encomendado despertó sus energías, y su activa labor en la causa
favoreció su desarrollo mental y físico.
Se necesitan hombres jóvenes. Dios los llama a los campos mi-
sioneros. Como se encuentran comparativamente libres de cuidados
y responsabilidades, están más favorablemente colocados para llevar
a cabo la obra que los que tienen que proveer para la educación
y el mantenimiento de una familia grande. Además, los hombres
jóvenes se adaptan con más facilidad a un nuevo clima y a una nueva
sociedad, y pueden soportar mejor las inconveniencias y penurias.
Con tacto y perseverancia, pueden alcanzar a las personas en su
ambiente.
El vigor viene por medio del ejercicio. Todos los que utilizan la
capacidad que Dios les ha dado, recibirán cada vez más habilidad
para dedicar a su servicio. Los que no hacen nada en la causa de Dios
dejarán de crecer en gracia y en el conocimiento de la verdad. Un
hombre que se acuesta y rehusa ejercitar sus extremidades, pronto
perderá su capacidad de usarlas. De la misma manera, un cristiano
que ejercita las facultades que Dios le ha dado, no solamente dejará
de crecer en Cristo Jesús, sino que perderá la fuerza que ya tiene
y se convertirá en un paralítico espiritual. Los que se establecen,
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fortalecen y afianzan en la verdad son los que motivados por el
amor de Dios y de sus semejantes, se esfuerzan por servir a otros. El
verdadero cristiano trabaja para el Señor, no a base de impulso, sino
por principio; no por un día o por un mes, sino a través de toda su
vida.
¿Cómo brillará nuestra luz ante el mundo, sino a través de nuestra
vida cristiana consecuente? ¿Cómo sabrá el mundo que pertenece-
mos a Cristo, si no hacemos nada por él? Dijo nuestro Salvador:
“Por sus frutos los conoceréis”.
Mateo 7:16
. Declaró además: “El