Hombres jóvenes como misioneros
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cobardía o traición de un solo hombre puede ocasionar el desastre a
todo el ejército.
Hay una gran labor que cada uno de nosotros individualmente
debemos hacer, si es que estamos dispuestos a pelear la buena batalla
de la fe. Están en juego los intereses eternos. Hay que vestirse de
toda la armadura de justicia, hay que resistir al diablo y tenemos la
segura promesa que él huirá de nosotros. La iglesia debe llevar a cabo
un combate agresivo, hacer conquistas para Cristo, y rescatar almas
del poder del enemigo. Dios y sus santos ángeles toman parte en
este conflicto. Agrademos al que nos ha llamado a ser sus soldados.
Todos podemos hacer algo en la obra. Ninguno recibirá el fallo
de inocente ante Dios a menos que haya trabajado dedicada y abne-
gadamente por la salvación de las almas. La iglesia debe enseñar a
la juventud, por medio del precepto y el ejemplo, a ser obreros para
Cristo. Hay muchos que se quejan de sus dudas, que se lamentan
de no estar seguros de su conexión con Dios. A menudo esto puede
atribuirse al hecho de que no están haciendo nada en la causa de
Dios. Que ellos procuren sinceramente ayudar y ser una bendición
para los demás, y sus dudas y su desaliento desaparecerán.
Muchos que profesan ser seguidores de Cristo hablan y obran
como si sus nombres fueran un gran honor a la causa de Dios,
mientras que no llevan ninguna carga ni ganan almas para la verdad.
Tales personas viven como si Dios no reclamara nada de ellos. Si
continúan en este camino, finalmente se darán cuenta de que ellos
no tienen nada que reclamar de Dios.
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Aquel que ha asignado “a cada cual su obra”, conforme a su
capacidad, no dejará pasar el fiel cumplimiento del deber sin recom-
pensa. Cada acto de lealtad y fe será coronado con muestras del
favor y aprobación de Dios. A todo obrero le es dada la promesa:
“Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando
y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá con regocijo,
trayendo sus gavillas”.
Salmos 126:5, 6
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