Página 411 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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La obra de publicaciones
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presta y buena; porque si esperan que los que están bajo su cuidado
formen hábitos correctos, tienen que dar un buen ejemplo. Una
gran responsabilidad descansa sobre estos dirigentes con respecto al
carácter que están impartiendo a los jóvenes mediante sus principios
y su forma de trabajar. Debieran considerar que por medio de la
instrucción que imparten, tanto la que se relaciona con su trabajo
como la educación religiosa, están ayudando a los jóvenes a formar
el carácter. El progreso es la consigna. A los jóvenes se les debe
enseñar a apuntar hacia la perfección en cualquiera de los ramos de
la obra a que estén dedicados. Si hay encargados de departamentos
que no son cumplidores, ahorrativos, sabios en el uso del tiempo, ni
cuidadosos en su influencia, amoldan a otros de la misma manera.
Si éstos no cambian después de haber sido amonestados, deben ser
despedidos y deben conseguirse personas más competentes, aunque
sea necesario hacerlo repetidamente. Los obreros deberían ser más
eficientes y fieles de lo que son ahora.
Las primeras impresiones, la primera disciplina de estos jóvenes
obreros, deben ser del orden más elevado porque sus caracteres se
están formando para el presente y para la eternidad. Los supervisores
de estos jóvenes deben recordar que tienen una responsabilidad
grande y solemne. Que amolden la arcilla plástica antes que se
endurezca y se haga insensible a las impresiones; que enderecen el
arbolito antes de que se convierta en roble torcido y enredado; que
encaucen el riachuelo antes que se convierta en un río caudaloso.
Si a los jóvenes se les permite escoger su propio alojamiento y sus
propios compañeros, algunos escogerán los que son buenos y otros
escogerán malas compañías. Si no se mezcla el elemento religioso
en su educación, se convertirán en fáciles presas de la tentación
y sus caracteres estarán propensos a deformarse y desequilibrarse.
Los jóvenes que manifiestan respeto por las cosas sagradas y santas
aprenden dichas lecciones bajo el techo de su hogar, antes de que el
mundo haya puesto su marca sobre el alma, la imagen del pecado,
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el ensaño y la deshonestidad. El amor para con Dios se aprende en
el altar de la familia, del padre y de la madre en la primera infancia.
Tristemente, se siente la falta de influencia religiosa en la oficina;
debiera haber una devoción mayor, más espiritualidad, más religión
práctica. La obra misionera hecha aquí por hombres y mujeres que
temen a Dios sería acompañada de los mejores resultados. El pro-