Página 416 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
Este es el gran día de la preparación, y la obra solemne que se
está llevando a cabo arriba en el santuario debe mantenerse siempre
ante la mente de los empleados de nuestras diversas instituciones.
No debe permitirse que los afanes de los negocios absorban el pen-
samiento de tal manera que la obra que se está llevando a cabo en el
cielo, que concierne a cada individuo, sea considerada con livian-
dad. Las escenas solemnes del juicio, del gran día de la expiación,
han de mantenerse ante la atención del pueblo y grabarse en sus
conciencias con ahínco y poder. El tema del santuario nos dará una
visión correcta de la importancia de la obra para este tiempo. La
apreciación correcta del mismo hará que los obreros de nuestras
casas publicadoras muestren mayor energía y celo en sus esfuerzos
por dar éxito a la obra. Que ninguno se vuelva descuidado y ciego a
las necesidades de la causa y los peligros a que está expuesta cada
alma. Que procure cada uno ser un canal de luz.
En nuestras instituciones hay demasiado del yo, y muy poco de
Cristo. Los ojos de todos deben estar fijos en el Redentor; el carácter
de todos debiera ser como el suyo. El es el Modelo que debe imitarse,
si queremos tener mentes y caracteres bien equilibrados. Su vida era
como huerto del Señor, en el que crecía todo árbol agradable a la
vista y bueno para comer. A la vez que albergaba en su alma todo
precioso rasgo de carácter, su sensibilidad, su cortesía y amor, lo
hacían allegarse con simpatía a la humanidad. El era el Creador de
todas las cosas, el que sustenta a los mundos por su poder infinito.
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Los ángeles estaban dispuestos a rendirle homenaje y obedecer su
voluntad. Sin embargo, era capaz de escuchar el balbuceo de un bebé
y aceptar una alabanza infantil. Tomaba en sus brazos a los niños y
los reclinaba en su pecho amoroso. Ellos se sentían perfectamente
cómodos en su presencia, no queriendo salirse de sus brazos. El no
veía las desilusiones y aflicciones de la humanidad como cosas de
poca importancia, sino que su corazón siempre se conmovía por los
sufrimientos de los que había venido a salvar.
El mundo había perdido su dechado de bondad y se había hun-
dido en una apostasía y corrupción moral universal; y la vida de
Jesús fue de esfuerzo dedicado y abnegado para retornar al hombre
a su primer estado, infundiéndole el espíritu de divina benevolencia
y amor desinteresado. Aunque estaba en el mundo, él no era del
mundo. Le ocasionaba continuo dolor tener que entrar en contacto