Página 425 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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El espíritu del mundo es una trampa
Estimados hermano y hermana P,
Mi alma se entristece en extremo al repasar vuestro caso. Anoche
mi mente estaba profundamente preocupada. En sueño conversaba
con usted, hermano P. Su separación de Dios era tan evidente, y su
ceguedad concerniente a su verdadera condición tan grande, que
tratar de hacerle discernir su verdadero estado era como decirle a un
ciego que viese.
No he podido dormir desde las tres, y he implorado a Dios que
me dé una medida mayor de su Espíritu. Una y otra vez me pre-
gunto: ¿Quién da abasto a estas cosas? No me atrevo a permanecer
en silencio cuando Dios me ha impartido luz. Tengo que hablar;
no obstante, lo hago estremecida por temor a que el mensaje sea
rechazado y que las almas para quienes va dirigido queden envueltas
en una oscuridad más densa que la que los rodeaba antes de que
recibiesen la luz. Es menester que me allegue a Jesús. He puesto mi
mano en la suya, orando con fervor: “Dirígeme, condúceme; no po-
seo la sabiduría necesaria para proceder sola”. Siento que Jesús está
muy cerca de mí; tengo la profunda impresión de que él está a punto
de hacer una obra especial en favor de su pueblo, particularmente
por aquellos que obran por medio de la Palabra y la doctrina. El está
dispuesto a ayudaros a los dos, si es que vosotros estáis dispuestos a
recibir la ayuda como él la disponga, pero no puedo pronunciaros ni
una palabra de ánimo mientras os mantengáis en vuestra presente
posición. Las palabras que Cristo dirigió a los fariseos, “y no queréis
venir a mí para que tengáis vida” (
Juan 5:40
), se aplican a vosotros.
Ojalá pudiéramos hacer algo para ayudaros; pero mientras per-
manezcáis en el cauce mundanal en que os habéis colocado, ¿qué se
puede hacer por vosotros? Amáis al mundo, y el mundo os ama a
vosotros porque, en lo que se refiere a una vida práctica de consa-
gración, no hay ninguna separación entre vosotros y los mundanos.
Al parecer de ellos, vosotros sois simpáticos, inteligentes y buenos;
ven en vosotros dos lo que a ellos les agrada. Os han encomiado
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