Página 427 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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El espíritu del mundo es una trampa
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Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye
enemigo de Dios”.
Santiago 4:4
.
Jesús dijo a sus discípulos: “Si me amáis, guardad mis manda-
mientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que
esté con vosotros para siempre: el Espíritu de la verdad, al cual el
mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros
le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros”. “El
que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama;
y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me
manifestaré a él. Le dijo Judas (no el Iscariote): Señor, ¿cómo es
que te manifestarás a nosotros, y no al mundo? Respondió Jesús y
le dijo: El que me ama, guardará mi palabra; y mi Padre le amará, e
iremos a él, y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda
mis palabras”.
Juan 14:15-17; 21-24
.
Las palabras de Cristo no hallan respuesta en vosotros, porque
se han cegado vuestros ojos y endurecido vuestros corazones. En los
libros del cielo ambos estáis registrados como si fueseis del mundo.
A veces se conmueven vuestros corazones, pero no lo suficiente para
llevaros al arrepentimiento y a un cambio de proceder. El mundo ha
cautivado vuestros afectos y sus costumbres son de mayor agrado
para vosotros que la obediencia hacia el Maestro divino.
El ejemplo que dais a vuestros hijos no está en ninguna manera
de acuerdo con la verdad que decís amar. La verdad no os santifica
ni a vosotros ni a ellos. Amáis el placer egoísta; y las lecciones
que enseñais a vuestros hijos mediante el precepto y el ejemplo no
han sido del carácter necesario para alentar en ellos la humildad, la
mansedumbre y una disposición semejante a la de Cristo. Los estáis
amoldando conforme a la norma del mundo. Cuando Jesús abra
ante vuestra vista los libros de registro, donde día tras día vuestras
palabra y hechos han sido fielmente anotados, os daréis cuenta de,
que la vida de ambos ha sido un terrible fracaso.
No me es posible determinar cómo os haya afectado vuestra
reciente aflicción; pero si ha tenido el poder de abrir vuestros ojos y
traer convicción a vuestras almas, entonces ciertamente seguiréis un
curso que dé evidencia de ello. Sin una conversión cabal, nunca po-
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dréis recibir la corona de vida eterna, y vuestros hijos nunca tendrán
parte con la hueste que ha sido lavada en la sangre [de Cristo], a me-
nos que desaprendan las lecciones que les habéis enseñado y que se