Página 433 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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El espíritu del mundo es una trampa
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bendición de Dios. La promesa es para aquel que la reciba por fe. El
que es, a su propio juicio, rico, honorable y justo, que ve como el
mundo, y llama bueno a lo malo y malo a lo bueno, no puede pedir
y recibir, porque no siente necesidad alguna. Se siente satisfecho, y
por lo tanto se va vacío.
Si os alarmáis por vuestras propias almas, si buscáis a Dios
diligentemente, él será hallado de vosotros; pero él no acepta arre-
pentimiento a medias. Si queréis abandonar vuestros pecados, él
está siempre listo para perdonarlos. ¿Queréis entregaros ahora? Mi-
raréis al Calvario y preguntaréis: “¿Hizo Jesús ese sacrificio por mí?
¿Soportó la humillación, la vergüenza y el oprobio, y sufrió la cruel
muerte de la cruz, porque deseaba salvarme de los sufrimientos de
la culpabilidad y el horror de la desesperación, y hacerme indeci-
blemente feliz en su reino?” Mirad a Aquel que vuestros pecados
atravesaron, y resolved: “El Señor recibirá el servicio de mi vida.
Ya no me uniré con sus enemigos; no prestaré ya mi influencia a los
rebeldes contra su gobierno. Todo lo que tengo y soy es demasiado
poco para consagrarlo a Aquel que de tal manera me amó que dio
su vida por mí, toda su persona divina por un ser tan pecaminoso
y errante”. Separaos del mundo. Colocaos completamente de parte
del Señor. Seguid luchando hasta las puertas y obtendréis gloriosas
victorias.
Bienaventurado es aquel que escucha las palabras de vida eterna.
Guiado por “el Espíritu de verdad”, será conducido a toda verdad.
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No será honrado, amado y alabado por el mundo; pero será precioso
a la vista del Cielo. “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, que
seamos llamados hijos de Dios: por esto el mundo no nos conoce,
porque no le conoce a él”.
1 Juan 3:1
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