Página 435 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Los deberes del médico
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inexperta sus efectos nocivos, no solamente en ellos, sino también
en quienes los rodean?
En esta época, el uso de tabaco es casi universal. Mujeres y niños
sufren teniendo que respirar la atmósfera que ha sido contaminada
por la pipa, el cigarro o el aliento fétido del que usa tabaco. Los
que viven en este ambiente siempre estarán achacosos, y el médico
fumador está siempre recetando alguna medicina para curar las
dolencias que podrían remediarse si se descartara el tabaco.
Los médicos no pueden cumplir sus deberes con fidelidad hacia
Dios o a su prójimo mientras se inclinen ante el ídolo del tabaco.
¡Cómo ofende al enfermo el aliento del que usa tabaco! ¡Cómo
lo rehuyen! Es tan inconsecuente de parte de hombres que se han
graduado en escuelas de medicina, y se dicen capaces de ayudar a la
humanidad doliente, llevar constantemente con ellos un narcótico
tóxico a los cuartos de pacientes enfermos. Y sin embargo, muchos
mascan y fuman hasta que la sangre se contamina y el sistema
nervioso queda afectado. Es especialmente ofensivo ante la vista de
Dios que los médicos que son capaces de hacer mucho bien, y que
profesan creer la verdad de Dios para este tiempo, cedan a este hábito
tan repugnante. Las palabras del apóstol Pablo se aplican a ellos:
“Así que, amados, puesto que tenemos estas promesas, limpiémonos
de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la
santidad en el temor de Dios”.
2 Corintios 7:1
. “Así que, hermanos,
os exhorto por las misericordias de Dios, a que presentéis vuestros
cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro
servicio de adoración espiritual”.
Romanos 12:1
.
Los que usan tabaco no pueden ser obreros aceptables en la
causa de la temperancia debido a que no hay consecuencia alguna
en su afirmación de que son hombres temperantes. ¿Cómo pueden
hablarle al hombre que está destruyendo su razón y su vida por
medio del consumo del licor, cuando sus propios bolsillos están
llenos de tabaco, y anhelan estar desocupados para mascar, fumar
y escupir a sus anchas? ¿Cómo pueden con consecuencia alguna
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implorar por reformas morales ante consejos de sanidad y desde
tribunas de temperancia, cuando ellos mismos están bajo el estímulo
del tabaco? Si han de tener poder para influir sobre el pueblo para
que venzan el amor por los estimulantes, sus palabras tendrán que
brotar con aliento sano de labios limpios.