Página 436 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
De todos los hombres del mundo, el médico y el ministro deben
practicar hábitos estrictamente temperantes. El bienestar de la so-
ciedad requiere de ellos una abstinencia total, porque su influencia
en todo momento cuenta en favor o en contra de la reforma moral
y del mejoramiento de la sociedad. Es pecado deliberado de parte
de ellos ignorar las leyes de salud o mostrarse indiferentes a ellas,
porque se los tiene como hombres más sabios que los demás. Esto
se aplica especialmente al médico en cuyas manos se encomienda la
vida humana. Se espera que no tenga ningún hábito que debilite sus
fuerzas vitales.
¿Cómo puede un ministro o médico que usa tabaco criar a sus
hijos en disciplina y amonestación del Señor? ¿Cómo puede des-
aprobar en su niño lo que él mismo hace? Si realiza la obra que el
Soberano del universo le ha encomendado, se opondrá a la iniquidad
en todas sus formas y niveles; ejercerá su autoridad e influencia en
favor de la abnegación y de una estricta y constante obediencia a los
justos requerimientos de Dios. Su propósito será colocar a sus hijos
en las condiciones más favorables para asegurar la felicidad en esta
vida y una mansión en la ciudad de Dios. ¿Cómo podrá hacer esto
mientras cede a la complacencia del apetito? ¿Cómo podrá colocar
los pies de los demás en la escala del progreso mientras él mismo
transita por el camino descendente?
Nuestro Salvador nos dejó un ejemplo de abnegación. En su
oración por los discípulos dijo: “Y por ellos yo me santifico a mí
mismo, para que también ellos estén santificados en la verdad”.
Juan
17:19
. Si un hombre que asume una responsabilidad tan seria como
lo es la de un médico, peca contra su propia persona al no confor-
marse a las leyes de la naturaleza, cosechará las consecuencias de
sus propios hechos y tendrá que someterse a su justo fallo, contra
el cual no hay apelación posible. La causa produce el efecto; y en
muchos casos el médico, que debe tener una mente clara y despierta,
y nervios estables para poder discurrir con rapidez y ejecutar con
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precisión, tiene en cambio nervios alterados y su cerebro empaña-
do por los narcóticos. Sus capacidades para hacer el bien quedan
disminuidas. Conducirá a otros por el sendero que sus propios pies
recorren. Centenares seguirán el ejemplo de un médico intemperan-
te, pensando que están seguros al hacer lo que hace el médico. Y en
el día del Señor, éste hará frente al registro de su procedimiento y se