Página 437 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Los deberes del médico
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le pedirá que rinda cuenta del bien que pudo haber hecho pero que
no hizo, porque por causa de su propia acción voluntaria, debilitó sus
facultades físicas y mentales por medio de su complacencia egoísta.
La pregunta no es qué está haciendo el mundo, sino qué están
haciendo los profesionales acerca de la maldición difundida y preva-
leciente del uso de tabaco. ¿Seguirán en pos de la razón inteligente
los hombres a quienes Dios ha dotado de inteligencia y que ocupan
puestos de confianza sagrada? ¿Están dispuestos a dar buen ejemplo
estos hombres responsables que tienen bajo su cuidado a personas
que por influencia de ellos pueden ser dirigidas por un camino bueno
o malo? ¿Enseñarán la obediencia hacia las leyes que gobiernan
el organismo físico por medio del precepto y el ejemplo? Si no le
dan un uso práctico al conocimiento que tienen de las leyes que
gobiernan nuestro ser, si prefieren la gratificación del momento a la
sanidad de la mente y el cuerpo, no son aptos para que sean enco-
mendadas en sus manos las vidas de otros. Están bajo el deber de
mantener en alto la dignidad de la hombría que Dios les ha dado,
libres de la esclavitud del apetito o la pasión. El hombre que masca
tabaco y fuma se hace daño no sólo a sí mismo, sino a todos los
que caen bajo el círculo de su influencia. Si es menester extender
un llamado a un médico, pásese por alto al que usa tabaco. No será
buen consejero. Si bien la enfermedad tiene su origen en el tabaco,
se verá tentado a prevaricar y atribuirla a otra causa, porque ¿cómo
va a incriminarse a sí mismo en el ejercicio diario de su profesión?
Hay muchas maneras de practicar el arte de sanar; pero hay una
sola que el cielo aprueba. Los remedios de Dios son los simples
agentes de la naturaleza, que no recargarán ni debilitarán el organis-
mo por la fuerza de sus propiedades. El aire puro y el agua, el aseo
y la debida alimentación, la pureza en la vida y una firme confianza
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en Dios, son remedios por cuya falta millares están muriendo; sin
embargo, estos remedios están pasando de moda porque su uso hábil
requiere trabajo que la gente no aprecia. El aire puro, el ejercicio,
el agua pura y un ambiente limpio y amable, están al alcance de
todos con poco costo; mientras que las drogas son costosas, tanto en
recursos como en el efecto que producen sobre el organismo.
La obra del médico cristiano no acaba al curar las dolencias del
cuerpo; sus esfuerzos deben extenderse a las enfermedades de la
mente, a salvar el alma. Tal vez no tenga el deber de presentar los