Página 438 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
puntos teóricos de la verdad a menos que se lo pidan, pero puede
conducir a sus pacientes a Cristo. Las lecciones del divino Maestro
son siempre apropiadas. Debe llamar la atención a los quejosos a
los indicios siempre renovados del amor y el cuidado de Dios, a su
sabiduría y bondad según se manifiestan en sus obras creadas. La
mente puede entonces ser conducida por la naturaleza al Dios de la
naturaleza, y concentrarse en el cielo que él ha preparado para los
que le aman.
El médico debe saber orar. En muchos casos debe intensificar
el dolor para salvar la vida; y sea el paciente cristiano o no, siente
mayor seguridad si sabe que su médico teme a Dios. La oración
dará a los enfermos una confianza permanente; y muchas veces, si
sus casos son presentados al gran Médico con humilde confianza,
esto hará más para ellos que todas las drogas que se les puedan
administrar.
Satanás es el originador de la enfermedad; y el médico lucha
contra su obra y poder. Por doquiera prevalece la enfermedad mental.
Los nueve décimos de las enfermedades que sufren los hombres
tienen su fundamento en esto. Puede ser que alguna aguda dificultad
del hogar esté royendo como un cáncer el alma y debilitando las
fuerzas vitales. A veces el remordimiento por el pecado mina la
constitución y desequilibra la mente. Hay también doctrinas erró-
neas, como la de un infierno que arde eternamente y el tormento sin
fin de los impíos, que, al presentar ideas exageradas y distorsionadas
del carácter de Dios han producido el mismo resultado en las mentes
sensibles. Los incrédulos han sacado partido de estos casos desgra-
ciados para atribuir la locura a la religión. Pero ésta es una grosera
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calumnia, y no les agradará tener que arrostrarla algún día. Lejos de
ser causa de locura, la religión de Cristo es uno de sus remedios más
eficaces; porque es un calmante poderoso para los nervios.
El médico necesita sabiduría y poder más que humanos para
saber atender a los muchos casos aflictivos de enfermedades de la
mente y del corazón que está llamado a tratar. Si ignora el poder de
la gracia divina, no puede ayudar al afligido, sino que agravará la
dificultad; pero si tiene firme confianza en Dios, podrá ayudar a la
mente enferma y perturbada. Podrá dirigir sus pacientes a Cristo, en-
señarles a llevar todos sus cuidados y perplejidades al gran Portador
de cargas.