Página 440 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
la moral y causar la ruina del alma! ¡Cuán fuera de lugar está el
médico incrédulo al pie de la cama de los que mueren!
El médico se ve casi diariamente frente a frente con la muerte.
Está, por así decirlo, pisando el umbral de la tumba. En muchos
casos, la familiaridad con las escenas de sufrimiento y muerte resulta
en descuido e indiferencia para con la desgracia humana y temeridad
en el tratamiento de los enfermos. Los tales médicos parecen no tener
tierna simpatía. Son duros y abruptos, y los enfermos temen su trato.
Esos hombres, por grande que sea su conocimiento y habilidad,
beneficiarán poco a los dolientes; pero si el médico combina el
conocimiento del ramo con el amor y la simpatía que Jesús manifestó
para con los enfermos, su misma presencia será una bendición.
No considerará al paciente como una simple pieza de mecanismo
humano, sino como un alma que se puede salvar o perder.
Los deberes del médico son arduos. Pocos se dan cuenta del
esfuerzo mental y físico al cual está sometido. Debe alistar toda
energía y capacidad con la más intensa ansiedad en la batalla contra
la enfermedad y la muerte. A menudo sabe que un movimiento torpe
de la mano, que la desvíe en la mala dirección el espacio de un
cabello, puede enviar a la eternidad un alma que no está preparada
para ella. ¡Cuánto necesita el médico fiel la simpatía y las oraciones
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del pueblo de Dios! Sus requerimientos en este sentido no son
inferiores a los del ministro o misionero más consagrado. Como está
muchas veces privado del descanso y del sueño necesarios, y aun de
los privilegios religiosos del sábado, necesita una doble porción de
gracia, una nueva provisión diaria de ella, o perderá su confianza en
Dios, y el peligro de hundirse en las tinieblas espirituales será mayor
para él que para los hombres de otras vocaciones. Y sin embargo,
con frecuencia, se le hace objeto de reproches inmerecidos, se lo
deja solo, sujeto a las más fieras tentaciones de Satanás, y se siente
incomprendido, traicionado por sus amigos.
Muchos, sabiendo cuán penosos son los deberes del médico,
y cuán pocas oportunidades tienen los médicos de verse aliviados
de cuidados, aun en sábado, no quieren elegir esta carrera. El gran
enemigo está procurando constantemente destruir la obra de las
manos de Dios, y hombres de cultura y de inteligencia están llama-
dos a combatir este cruel poder. Se necesita que un número mayor
de la debida clase de hombres se dedique a esta profesión. Debe