Página 441 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Los deberes del médico
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hacerse un esfuerzo esmerado para inducir a hombres idóneos a
que se preparen para esta obra. Deben ser hombres cuyo carácter se
base en los amplios principios de la Palabra de Dios, hombres que
posean energía natural, fuerza y perseverancia que los capacitará
para alcanzar una alta norma de excelencia. No cualquiera puede
llegar a tener éxito como médico. Muchos han asumido los deberes
de esta profesión sin estar preparados en todo sentido. No tienen
el conocimiento requerido; tampoco la habilidad ni el tacto, ni el
cuidado y la inteligencia necesarios para asegurar el éxito.
Un médico puede hacer una obra mucho mejor si tiene fuerza fí-
sica. Si es débil, no puede soportar el trabajo agotador que acompaña
su vocación. Un hombre que tenga una constitución física débil, que
sea dispéptico, o que no tenga perfecto dominio propio, no puede
ser idóneo para tratar con toda clase de enfermedades. Debe ejer-
cerse gran cuidado de no alentar a que estudien medicina, con gran
costo de tiempo y recursos, ciertas personas que podrían ser útiles
en alguna posición de menos responsabilidad, pero que no pueden
tener esperanza razonable de alcanzar éxito en la profesión médica.
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Algunos han sido escogidos como hombres que podrían ser úti-
les como médicos, y se les ha estimulado a que tomasen el curso de
medicina. Pero algunos que comenzaron sus estudios como cristia-
nos en las facultades de medicina, no dieron preeminencia a la ley
de Dios; sacrificaron los principios y perdieron su confianza en Dios.
Les pareció que, solos, no podían guardar el cuarto mandamiento
y arrostrar las burlas y el ridículo de los ambiciosos amadores del
mundo, superficiales, escépticos e incrédulos. No estaban prepara-
dos para arrostrar esta clase de persecución. Tenían ambición de
subir más en el mundo, tropezaron en las sombrías montañas de la
incredulidad y se volvieron indignos de confianza. Se les presenta-
ron tentaciones de toda clase y no tuvieron fuerza para resistirlas.
Algunos de estos hombres se han vuelto deshonestos, maquinadores,
y son culpables de graves pecados.
En esta época hay peligro para cualquiera que inicie el estudio
de la medicina. Con frecuencia sus instructores son hombres sabios
según el mundo y sus condiscípulos incrédulos, que no piensan en
Dios, y corre el peligro de sentir la influencia de esas compañías
irreligiosas. Sin embargo, algunos han terminado el curso de medici-
na, y han permanecido fieles a los principios. No quisieron estudiar