Página 457 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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La iglesia es la luz del mundo
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mente los progresos de la obra, renunciará a la fe y se colocará con
sus enemigos declarados, hacia los cuales sus simpatías han estado
tendiendo durante mucho tiempo. Esos apóstatas manifestarán en-
tonces la más acerba enemistad y harán cuanto puedan para oprimir
y vilipendiar a sus antiguos hermanos, y para excitar la indignación
contra ellos. Ese día está por sobrecogernos.
Los miembros de la iglesia serán probados individualmente.
Serán puestos en circunstancias donde se verán obligados a dar
testimonio por la verdad. Muchos serán llamados a hablar ante
concilios y tribunales, tal vez por separado y a solas. Descuidaron de
obtener la experiencia que les habría ayudado en esta emergencia, y
su alma queda recargada de remordimiento por las oportunidades
desperdiciadas y los privilegios descuidados.
Hermano mío, hermana mía, meditad en estas cosas, os lo ruego.
Cada uno de vosotros tiene una obra que hacer. Vuestra fidelidad
y negligencia son anotadas contra vosotros en el libro mayor del
cielo. Habéis cercenado vuestras facultades, y disminuído vuestra
capacidad. Carecéis de la experiencia y eficiencia que podríais tener.
Pero antes de que sea demasiado tarde, os ruego que despertéis. No
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demoréis más. El día está casi terminado. El sol poniente se está por
esconder para siempre de vuestra vista. Mientras la sangre de Cristo
intercede, podéis hallar perdón. Recurrid a todas las energías del
alma, dedicad a trabajar fervientemente para Dios y para vuestros
semejantes las pocas horas que quedan.
Mi corazón está conmovido hasta lo sumo. Las palabras son
inadecuadas para expresar mis sentimientos mientras intercedo por
las almas que perecen. ¿Deberé interceder en vano? Como emba-
jadora de Cristo, quisiera incitaros a trabajar como nunca habéis
trabajado. Vuestro deber no puede ser transferido a otro. Nadie sino
vosotros mismos puede realizar vuestra obra. Si retenéis vuestra luz,
alguien quedará en tinieblas por vuestra negligencia.
La eternidad se extiende delante de nosotros. El telón está por al-
zarse. Los que ocupamos esta posición de solemne responsabilidad,
¿qué estamos haciendo, qué estamos pensando, que nos aferramos
a nuestro egoísta amor a la comodidad, mientras las almas están
pereciendo en derredor nuestro? ¿Se han encallecido completamente
nuestros corazones? ¿No podemos sentir o comprender que debemos
hacer una obra en favor de la salvación de los demás? Hermanos,