Página 47 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Los padres y la disciplina
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Tratad a vuestros hijos honesta y fielmente. Trabajad con valor y
paciencia. No temáis llevar ninguna cruz, no escatiméis tiempo ni
trabajo, carga o sufrimiento. El futuro de vuestros hijos dará testimo-
nio de la calidad de vuestra labor. Vuestra fidelidad a Cristo hallará
mejor expresión en el carácter simétrico de vuestros hijos que de
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cualquiera otra manera. Ellos son la propiedad de Cristo, comprados
con su propia sangre. Si su influencia es enteramente por Cristo, son
colaboradores suyos y ayudan a otros a encontrar el camino de la
vida. Si descuidáis la obra que Dios os ha encomendado, vuestro
comportamiento disciplinario imprudente los coloca entre la clase
que esparce lejos de Cristo y fortalece el reino de las tinieblas.
Yo hablo lo que es de mi conocimiento; cuando os digo que
hay entre nuestros jóvenes, entre nuestros jóvenes educados cuyos
padres son cristianos profesos, una penosa ofensa ante la vista de
Dios, tan común que constituye una de las señales de los últimos
días, os estoy dando testimonio de cosas que yo he visto. Es algo
tan repleto de tendencias pecaminosas que merece ser sacado a luz
y denunciado. Es el pecado de considerar livianamente o con des-
precio los primeros votos de consagración a Dios. En medio de un
interés religioso, el Espíritu Santo los conmovió a colocarse ente-
ramente bajo la bandera ensangrentada del Príncipe Emanuel. Pero
los mismos padres estaban tan lejos de Dios, tan ocupados con los
negocios del mundo, o tan llenos de dudas e insatisfacción respecto
a su propia experiencia religiosa, que estaban descalificados del
todo para impartirles instrucción. Estos jóvenes, en su inexperiencia
necesitaban una mano sabia y firme que les señalase el camino co-
rrecto y les obstruyese el camino del mal mediante el consejo y el
refrenamiento.
Una vida religiosa debe dar evidencia de ser marcadamente
opuesta a una vida de mundanalidad y búsqueda del placer. Aquel
que anhela ser un discípulo de Cristo ha de llevar su cruz en pos
de Jesús. Nuestro Salvador no vivió para complacerse a sí mismo,
y nosotros tampoco debiéramos hacerlo. Los logros espirituales
elevados requerirán una consagración completa a Dios. Pero esta
instrucción no ha sido impartida a la juventud porque contradiría la
vida de los padres. Por lo tanto se ha dejado que los niños adquieran
un conocimiento de la vida cristiana por sí solos. Al verse tentados
a buscar la compañía de los mundanos y a participar de las diversio-