Página 48 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
nes mundanales, los padres encaprichados, no queriendo negarles
ningún halago -si es que siquiera hayan tomado medida alguna-han
adoptado una postura tan indefinida e indecisa que los hijos han
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juzgado por sí mismos que el curso de acción que deseaban seguir
estaba en consonancia con la vida y carácter cristianos.
Una vez iniciados de esta forma, por lo general continúan así
hasta que el elemento mundano prevalece y se burlan de sus antiguas
convicciones. Desprecian la sencillez que manifestaban cuando sus
corazones estaban tiernos, y buscan excusas para evadir las exigen-
cias sagradas de la iglesia y del Redentor crucificado. Los que son
de esta índole nunca alcanzarán a ser lo que pudieran haber sido,
por haber ahogado la conciencia y embotado las más sagradas y
tiernas emociones. Si después de años se convierten en seguidores
de Jesús, todavía llevarán en sus almas las cicatrices causadas por
su irreverencia hacia las cosas sagradas.
Los padres no ven estas cosas. No anticipan el resultado de su
proceder. No sienten que sus hijos necesitan el cuidado más tierno, la
disciplina más cuidadosa en lo que respecta a la vida divina. No los
ven como lo que son en un sentido especial: la propiedad de Cristo,
comprados por su sangre, trofeos de su gracia, instrumentos útiles
en las manos de Dios para ser usados en el adelanto de su reino.
Satanás en todo momento procura arrebatar a estos jóvenes de las
manos de Cristo, y los padres no disciernen que el gran adversario
está implantando sus estandartes infernales a su mismo lado. Están
tan ciegos que creen que es el estandarte de Cristo.
Por medio de la indolencia, el escepticismo o autogratificación,
Satanás seduce a los jóvenes y los aparta de la senda estrecha de
santidad preparada para que los redimidos del Señor transiten por
ella. Por lo general no abandonan repentinamente este camino. Se
los gana poco a poco. Al dar un mal paso, pierden el testimonio
que el Espíritu da de que son aceptados por Dios. Por consiguiente,
caen en un estado de desánimo y desconfianza. No les agradan los
servicios religiosos porque la conciencia los condena. Han caído en
la red de Satanás y hay sólo una vía de escape. Deben retraerse y
con humildad de alma confesar y desechar su proceder indiferente.
Que renueven su primera experiencia de la cual hicieron caso omiso,
que muestren aprecio por cada aliento divino y permitan que aque-
llas santas emociones, que sólo el Espíritu de Dios puede inspirar,