Página 488 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
que cuando entran en la casa del Señor deben hacerlo con corazón
enternecido y subyugado por pensamientos como éstos: “Dios está
aquí; esta es su casa. Debo tener pensamientos puros y los más santos
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motivos. No debo abrigar orgullo, envidias, celos, malas sospechas,
odios ni engaño en mi corazón; porque vengo a la presencia del
Dios santo. Este es el lugar donde Dios se encuentra con su pueblo
y lo bendice. El Santo y Sublime, que habita la eternidad, me mira,
escudriña mi corazón, y lee los pensamientos y los actos más secretos
de mi vida”..
Hermanos, ¿no queréis dedicar un poco de reflexión a este te-
ma, y notar cómo os conducís en la casa de Dios, y qué esfuerzos
estáis haciendo por precepto y ejemplo para cultivar la reverencia
en vuestros hijos? Imponéis grandes responsabilidades al predica-
dor y le hacéis responsable de las almas de vuestros hijos, pero no
sentís vuestra propia responsabilidad como padres e instructores ni
obráis como Abraham en cuanto a ordenar vuestra casa después de
vosotros, para que guarden los estatutos del Señor. Vuestros hijos e
hijas se corrompen por vuestro ejemplo y preceptos relajados; y no
obstante esta falta de preparación doméstica, esperáis que el ministro
contrarreste vuestra obra diaria y cumpla la admirable hazaña de
educar sus corazones y sus vidas en la virtud y la piedad. Después
que el predicador ha hecho todo lo que puede por la iglesia mediante
amonestación fiel y afectuosa, disciplina paciente y ferviente oración
para rescatar y salvar el alma, y no tiene, sin embargo, éxito, los
padres y las madres con frecuencia le echan la culpa de que sus hijos
no se conviertan, cuando puede deberse a su propia negligencia.
La carga incumbe a los padres; ¿asumirán ellos la obra que
Dios les ha confiado y la harán con fidelidad? ¿Avanzarán ellos y
subirán, trabajando de una manera humilde, paciente y perseverante,
para alcanzar ellos mismos la exaltada norma y llevar a sus hijos
consigo? No es extraño que nuestras iglesias sean débiles, y que no
tengan esa piedad profunda y ferviente que debieran tener. Nuestras
costumbres actuales, que deshonran a Dios y rebajan lo sagrado y
celestial al nivel de lo común, nos resultan contrarias. Tenemos una
verdad sagrada, santificadora, que nos prueba; y si nuestros hábitos
y prácticas no están de acuerdo con la verdad, pecamos contra una
gran luz y somos proporcionalmente culpables. La suerte de los