Página 490 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
necesitan que se les enseñe a conducirse en la casa de Dios. Los
padres no deben sólo enseñar, sino ordenar a sus hijos que entren en
el santuario con seriedad y reverencia.
El gusto moral de los que adoran en el santo santuario de Dios
debe ser elevado, refinado y santificado. Esto se ha descuidado tris-
temente. Su importancia se ha pasado por alto, y como resultado han
prevalecido el desorden y la irreverencia, y Dios ha sido deshonrado.
Cuando los dirigentes de la iglesia, ministros y miembros, padres y
madres, no tienen opiniones elevadas sobre el asunto, ¿qué se puede
esperar de los niños inexpertos? Con demasiada frecuencia se los
encuentra en grupos, separados de los padres que debieran encar-
garse de ellos. No obstante estar en la presencia de Dios, y bajo su
mirada, son livianos y triviales, cuchichean y ríen, son descuidados,
irreverentes y desatentos. Rara vez se les indica que el ministro es el
embajador de Dios, que el mensaje que trae es uno de los medios
designados por Dios para salvar a las almas, y que para todos los
que tienen el privilegio de ser puestos a su alcance, será sabor de
vida para vida o de muerte para muerte.
La mente delicada y susceptible de los jóvenes forma su con-
cepto de las labores de los siervos de Dios por la manera en que
sus padres las tratan. Muchas cabezas de familias le pasan revista
al culto cuando llegan a casa, aprobando algunas cosas y condenan-
do otras. Así se critica y pone en duda el mensaje de Dios a los
hombres, y se lo hace tema de liviandad. ¡Sólo los libros del cielo
revelarán qué impresiones hacen sobre los jóvenes estas observacio-
nes descuidadas e irreverentes! Los niños ven y comprenden estas
cosas mucho más rápidamente de lo que puedan pensar los padres.
Sus sentidos morales quedan mal encauzados, cosa que el tiempo
nunca podrá cambiar completamente. Los padres se lamentan por la
dureza de corazón de sus hijos, y por lo difícil que es despertar su
sensibilidad moral para que respondan a los requerimientos de Dios.
Pero los libros del cielo llevan, anotada por una pluma que no se
equivoca, la verdadera causa. Los padres no estaban convertidos. No
estaban en armonía con el cielo ni con la obra del cielo. Sus ideas
bajas y vulgares del carácter sagrado del ministerio y del santuario de
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Dios se reprodujeron en la educación de sus hijos. Es de dudar que
alguno que haya estado durante años bajo la influencia agostadora
de la instrucción doméstica pueda ya tener una reverencia sensible