Página 492 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

Basic HTML Version

488
Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
todas nuestras iglesias. Los predicadores mismos necesitan elevar
sus ideas, tener una susceptibilidad más delicada al respecto. Es una
característica de la obra que ha sido tristemente descuidada. A causa
de la irreverencia en la actitud, la indumentaria y el comportamiento,
por falta de una disposición a adorarle, Dios ha apartado con fre-
cuencia su rostro de aquellos que se habían congregado para rendirle
culto.
Debe enseñarse a todos a ser aseados, limpios y ordenados en
su indumentaria, pero sin dedicarse a los asuntos exteriores que
son completamente impropios para el santuario. No debe haber
ostentación de trajes; porque esto estimula la irreverencia. Con
frecuencia la atención de la gente queda atraída por esta o aquella
hermosa prenda, y así se infiltran pensamientos que no debieran
tener cabida en el corazón de los adoradores. Dios ha de ser el tema
del pensamiento y el objeto del culto; y cualquier cosa que distraiga
la mente del servicio solemne y sagrado le ofende. La ostentación
de cintas y moños, frunces y plumas, y adornos de oro y plata, es
una especie de idolatría, y resulta completamente impropia para
el sagrado servicio de Dios, donde cada adorador debe procurar
sinceramente glorificarle.
En todos los asuntos de la indumentaria, debemos ser estricta-
mente cuidadosos y seguir muy de cerca las reglas bíblicas. La moda
ha sido la diosa que ha regido el mundo, y con frecuencia se insinúa
en la iglesia. La iglesia debe hacer de la Palabra de Dios su norma
y los padres deben pensar inteligentemente acerca de este asunto.
Cuando ven a sus hijos inclinarse a seguir las modas mundanas,
deben, como Abraham, ordenar resueltamente a su casa tras sí. En
vez de unirlos con el mundo, relacionadlos con Dios. Nadie deshon-
re el santuario de Dios por un atavío ostentoso. Dios y los ángeles
están allí. El Santo de Israel ha hablado por medio de su apóstol:
“El adorno de las cuales no sea exterior con encrespamiento del
cabello, y atavío de oro, ni en compostura de ropas; sino el hombre
[472]
del corazón que está encubierto, en incorruptible ornato de espíritu
agradable y pacífico, lo cual es de grande estima delante de Dios”.
1
Pedro 3:3, 4
.
Cuando se ha suscitado una iglesia y se la ha dejado sin instruc-
ción acerca de estos puntos, el predicador ha descuidado su deber y
tendrá que dar cuenta a Dios de las impresiones que dejó prevalecer.