Página 502 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
no es puro, si sus manos no están limpias ante su vista, él no puede
usarlo. El desea que usted tenga la verdad en su corazón y en su
vida, entretejida con su carácter.
Le aconsejo que humille su corazón y confiese sus maldades.
Tenga en cuenta el solemne mandato que en su lecho de muerte
David dio a Salomón: “Yo me voy por el camino de todos los que
están en la tierra; esfuérzate, y sé hombre. Guarda los preceptos de
Jehová tu Dios, andando en sus caminos, y observando sus estatutos
y mandamientos, sus decretos y sus testimonios, de la manera que
está escrito en la ley de Moisés, para que prosperes en todo lo que
hagas y en todo aquello que emprendas”.
1 Reyes 2:2-3
. Guarde
este mandato en su propio corazón. Que ninguno lo alabe en su mal
hacer. Aunque es una desgracia caer en pecado, no es desgracia,
sino más bien un honor, confesar nuestros pecados. Mantenga una
individualidad genuina, y cultive la dignidad masculina. Descarte
el orgullo, la vanidad, y la falsa dignidad, porque son rasgos que se
mantienen a expensas de las más terribles consecuencias para usted
mismo.
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No es el canto estrepitoso, la compañía alegre, o la bebida esti-
mulante lo que lo hará hombre ante Dios o lo que alentará su corazón
en la enfermedad y el dolor. La verdadera religión es lo único que le
brindará solaz y consuelo en la tribulación. La disciplina que usted
recibió en la oficina no ha sido más rigurosa y severa que la que le
impone la Palabra de Dios. ¿Acaso llamaría usted injusto a Dios?
¿Le dirá usted cara a cara que él es arbitrario porque declara que el
malhechor será apartado de su presencia?
¡Cuán claramente se dibuja en la Palabra de Dios el cuadro de
su trato del hombre que aceptó su invitación a la boda, pero que no
se puso el vestido de boda que le habían comprado, el ropaje de la
justicia de Cristo! Pensaba que sus propios vestidos contaminados
bastarían para entrar en la presencia de Cristo, pero fue echado fuera
como uno que había insultado a su Señor y abusado de su grata
benevolencia.
Mi hermano, su justicia no basta. Es menester que se ponga
el ropaje de la justicia de Cristo. Es necesario que sea como Cris-
to. Piense en la prueba severa que Cristo soportó en el desierto
de la tentación en relación con el apetito. Estaba demacrado des-
pués de aquella larga abstinencia hecha en su favor y el mío; luchó