Página 518 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
El deber tanto de mayores como de jóvenes ha de expresarse
en un lenguaje sencillo y positivo, porque nos ha tocado vivir en
tiempos peligrosos cuando pareciera que la verdad está sobrecargada
de falsedad y decepciones satánicas. En el tiempo de examen y
prueba, el escudo de la Omnipotencia cubrirá a quienes Dios ha
hecho depositarios de su ley. Cuando los legisladores repudien los
principios del protestantismo, para dar su aprobación y estrecharle la
mano de hermandad al romanismo, entonces Dios se interpondrá de
una manera especial en defensa de su propio honor y de la salvación
de su pueblo.
Los principios que es necesario que nuestra juventud cultive han
de mantenerse ante ellos en su educación diaria, para que cuando
se promulgue el decreto requiriendo que todos adoren a la bestia
y a su imagen, puedan hacer decisiones correctas y tengan el valor
de declarar, sin titubeo, su confianza en los mandamientos de Dios
y la fe de Jesús, aún en el mismo tiempo cuando la ley de Dios
esté siendo invalidada por el mundo religioso. Aquellos que vacilan
ahora y se ven tentados a seguir en pos de los apóstatas que se han
apartado de la fe, “escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas
de demonios” (
1 Timoteo 4:1
) se encontrarán de seguro al lado de
los que invalidan la ley de Dios, a menos que se arrepientan y posen
sus pies firmemente sobre la fe que ha sido transmitida a los santos.
Si es que estamos viviendo en medio de estos temibles peligros
descritos en la Palabra de Dios, ¿no debiéramos estar despiertos a
las realidades de la situación? ¿Por qué estar tan callados? ¿Por qué
hacer de menos importancia las cosas que son de mayor interés para
cada uno de nosotros? La Biblia debiera ser para nosotros el tesoro
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más querido, y debiera ser estudiada y celosamente enseñada a otros.
¿Cómo es posible que continúe esta enorme indiferencia de parte de
los que tienen luz y conocimiento?
La profecía y la historia deben formar parte de los estudios en
nuestros colegios, y todos los que aceptan puestos como educadores
deben apreciar cada vez más la voluntad revelada de Dios. Deben
instruir con sencillez a los estudiantes. Deben abrir las Escrituras y
demostrar por medio de su propia vida y carácter la preciosidad de
la religión bíblica y la hermosura de la santidad; pero que nunca, ni
por un instante se dé la impresión a ninguno que le sería ventajoso
ocultar su fe y doctrinas de la gente incrédula del mundo, por temor