La mundanalidad
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llevar a cabo eficazmente la sagrada obra que le ha sido encomenda-
da. Cuando están en peligro las almas de los hombres, y se trata de
intereses eternos, el interés no puede estar dividido sin peligro. Esto
es especialmente cierto en el caso suyo. Mientras ha estado envuelto
en este negocio, usted no ha estado cultivando una consagración
genuina. Ha tenido un deseo febril de obtener ganancias. Les ha
hablado a muchas personas acerca de las ventajas financieras que
hay en invertir en la compra de terrenos en _____. Repetidas veces
se ha ocupado usted en representar ante otros las ventajas de estas
empresas; y lo ha hecho siendo un ministro ordenado de Cristo,
comprometido a entregar su alma, cuerpo y espíritu a la obra de la
salvación de las almas. Al mismo tiempo estaba usted recibiendo
dinero de la tesorería para su sostén y el de su familia. Sus palabras
han tenido el propósito de desviar la atención y el dinero de la gente
para que no lo entregaran a nuestras instituciones, y a la obra de
fomentar el reino de nuestro Redentor en la tierra. La tendencia de
sus palabras ha sido la de engendrar en ellos el deseo de invertir
sus recursos donde usted les aseguraba que se duplicarían en corto
tiempo, y de halagarlos con la perspectiva de que podrían ayudar
a la obra mucho más si lo hacían así. Quizá usted no les aconsejó
conscientemente que retiraran sus recursos de la obra de la causa de
Dios; pero algunos no tenían ningún dinero a mano excepto el que
habían invertido en nuestras instituciones, y les ha sido quitado para
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ser invertido conforme a sus instrucciones.
En cierto sentido somos guardas de nuestros hermanos. Estamos
individualmente relacionados con almas que pueden, a través de
los méritos de Cristo, buscar gloria, honor, e inmortalidad. Su pu-
reza, sinceridad, celo, constancia y consagración son afectados por
nuestras palabras, nuestras obras, nuestro comportamiento, nuestras
oraciones y nuestro fiel cumplimiento del deber. Cristo dijo a sus
discípulos: “Vosotros sois la luz del mundo”. Los ministros de Jesu-
cristo deben enseñar tanto en la iglesia como ante los individuos, el
hecho de que una profesión de fe, aun cuando la hagan los adventis-
tas del séptimo día, no tiene poder para el bien a menos que proceda
de una sincera devoción sentida de corazón. La luz de la religión
ha de irradiar de la iglesia, y en especial de los ministros, en rayos
nítidos y constantes. No ha de fulgurar en ocasiones especiales para
luego opacarse y parpadear, como si estuviera a punto de apagarse.