Página 526 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
Debemos conceder a las Escrituras mayor valor del que les he-
mos concedido, porque en ellas está revelada la voluntad de Dios a
los hombres. No es suficiente asentir meramente a la veracidad de
la Palabra de Dios, sino que debemos escudriñar las Escrituras para
aprender lo que contienen. ¿Recibimos la Biblia como el “oráculo
de Dios”? Es tan realmente una comunicación divina como si sus
palabras nos llegasen con voz audible. No conocemos su carácter
precioso, porque no obedecemos sus instrucciones.
Hay malos ángeles que trabajan en todo nuestro derredor, pero
porque no discernimos su presencia con nuestra visión natural, no
consideramos como debiéramos la realidad de su existencia, según
está presentada en la Palabra de Dios. Si nada de lo contenido en las
Escrituras resultase difícil de comprender, el hombre, al escudriñar
sus páginas, se llenaría de orgullo y suficiencia propia. Nunca es
lo mejor para uno creer que entiende todas las fases de la verdad,
porque no es así. Por lo tanto, no se lisonjee nadie de que tiene
una comprensión correcta de todas las porciones de la Escritura, ni
piense que es su deber hacer a todos los demás comprenderlas como
él las entiende. Destiérrese el orgullo intelectual. Alzo mi voz en
amonestación contra toda especie de orgullo espiritual que abunda
en la iglesia hoy.
Cuando la verdad que apreciamos fue reconocida por primera
vez como verdad bíblica, ¡cuán extraña parecía y cuán fuerte era la
oposición que tuvimos que afrontar al presentarla a la gente al princi-
pio; pero cuán fervientes y sinceros eran los obreros obedientes que
amaban la verdad! Eramos realmente un pueblo peculiar. Eramos
pocos en número, sin riqueza, sin sabiduría ni honores mundanales;
pero creíamos en Dios, y éramos fuertes y teníamos éxito, atemori-
zando a los que obraban mal. Nuestro amor mutuo era firme; y no
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se conmovía fácilmente. Entonces el poder de Dios se manifestaba
entre nosotros, los enfermos eran sanados, y había mucha calma y
gozo santo y dulce.
Pero si bien la luz ha continuado aumentando, la iglesia no ha
avanzado proporcionalmente. El oro puro se ha empañado gradual-
mente, y la muerte y el formalismo han venido a trabar las energías
de la iglesia. Sus abundantes privilegios y oportunidades no han
impulsado al pueblo de Dios hacia adelante y hacia arriba, hacia la
pureza y la santidad. Un fiel aprovechamiento de los talentos que