Página 53 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Un testimonio importante
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Yo sabía que la crisis sobrevendría. Dios le ha dado a su pue-
blo claros y directos testimonios para evitar este estado de cosas.
Si hubieran obedecido la voz del Espíritu Santo que amonestaba,
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aconsejaba e imploraba, disfrutarían hoy de unidad y paz. Pero los
que profesaban creerlos no hicieron caso de estos testimonios, y
como resultado se ha producido un gran alejamiento de Dios, y él
ha retirado su bendición.
Para obrar la salvación de los hombres, Dios emplea distintos
métodos. Les habla por medio de su palabra y de sus ministros
y a través del Espíritu Santo les envía mensajes de amonestación,
reprensión e instrucción. Estos medios fueron designados para es-
clarecer el entendimiento del pueblo, para revelarles su deber y sus
pecados y las bendiciones que les es posible recibir; para despertar
en ellos un sentido de necesidad espiritual de modo que se dirijan
a Cristo y encuentren en él la gracia que necesitan. Pero muchos
escogen su propio camino en lugar de escoger el de Dios. No están
reconciliados con Dios, ni tampoco lo pueden estar, hasta que el yo
sea crucificado y Cristo viva en el corazón por medio de la fe.
Todo individuo, por su propia voluntad, o aparta de sí a Jesús al
rehusar dar albergue a su Espíritu y seguir su ejemplo, o bien estable-
ce un vínculo personal con Cristo por medio de la abnegación, la fe
y la obediencia. Debemos, cada cual por sí mismo, escoger a Cristo
porque él nos escogió a nosotros primero. Esta unión con Cristo
han de formarla aquellos que por naturaleza están en enemistad con
él. Es una relación de dependencia total en la que ha de entrar el
corazón orgulloso. Esta es una obra incisiva y muchos que profesan
ser seguidores de Cristo no saben nada acerca de ella. Aceptan al
Salvador de nombre, pero no como el soberano de sus corazones.
Algunos sienten la necesidad de la expiación, y con el reconoci-
miento de esta necesidad y el anhelo de un cambio de corazón, una
lucha empieza a librarse. El renunciamiento de la voluntad personal,
quizás de los objetos predilectos a que están apegados o que persi-
guen, requiere un esfuerzo definido, frente al cual muchos vacilan,
tambalean y se retraen. No obstante, esta batalla tiene que librarla to-
do corazón que esté verdaderamente convertido. Tenemos que lidiar
contra tentaciones por dentro y por fuera. Tenemos que ganar la vic-
toria sobre el yo, crucificar los afectos y concupiscencias; y entonces
comienza la unión del alma con Cristo. De la misma manera que
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