Página 543 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Necesidades de nuestras instituciones
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administración. Esta obra no debe dejarse en manos de hombres que
mezclen lo sagrado con lo profano y que consideren que la obra
de Dios está al mismo nivel que las cosas de la tierra y que ha de
manejarse más o menos en la misma manera común a que están
acostumbrados a manejar sus propios negocios temporales. Hasta
que no se unan a nuestras instituciones personas de mente amplia y
que puedan trazar planes que estén en armonía con el crecimiento de
la obra y con el carácter elevado de la misma, la tendencia seguirá
siendo de achicar todo lo que se emprenda y luego Dios quedará des-
honrado. ¡Ojalá que todos los que llevan responsabilidades dentro de
la causa de Dios pudieran ascender a una atmósfera más elevada y
santa, donde todo verdadero cristiano debiera estar! Si lograran esto,
entonces tanto ellos como la obra que representan se ennoblecerían
y quedarían revestidos de una dignidad sagrada, y se ganarían el
respeto de todos los que están conectados con la obra.
Entre los empleados de nuestras instituciones ha habido hombres
que no han buscado el consejo de Dios, que no se han puesto en
conformidad con los grandes principios de la verdad que Dios ha
trazado en su Palabra y que consecuentemente manifestaron marca-
dos defectos de carácter. Como resultado, la obra más grande que
haya sido encomendada a los mortales ha sido dañada por causa de
la administración defectuosa del hombre; mientras que, si las nor-
mas del cielo hubieran sido puestas como principio guiador, hubiera
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habido una aproximación más cercana a la perfección en todos los
departamentos de la obra.
Aquellos que han sido colocados en puestos directivos deben ser
hombres que tengan suficiente amplitud mental como para apreciar
a las personas de intelecto cultivado y remunerarlas en proporción
con las responsabilidades que llevan. Sin embargo, es verdad que los
que toman parte en la obra de Dios no deberían hacerlo meramente
por el salario que reciben, sino más bien para la honra de Dios, para
el adelanto de su causa y para conseguir riquezas imperecederas. Al
mismo tiempo, no debiéramos esperar que los que son capaces de
hacer precisa y cabalmente un trabajo que requiere imaginación y
esfuerzo dedicado, no reciban un pago mayor que el de un trabajador
de menor capacidad. Debe valorarse bien el talento. Aquellos que no
pueden apreciar el buen trabajo y la verdadera capacidad no deben