Página 544 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
ser administradores en nuestras instituciones, porque su influencia
tenderá a limitar la obra y arrastrarla a un nivel inferior.
Para que nuestras instituciones sean tan prósperas como Dios se
ha propuesto que lo sean, tiene que haber más solicitud y ferviente
oración en combinación con un celo y fervor espiritual indeclinables.
Para unir una clase apropiada de obreros a la obra podría requerirse
un gasto mayor de recursos, pero en resumidas cuentas resultará ser
económico porque aunque es esencial que se practique la economía
en todo lo posible, se descubrirá que los esfuerzos por economizar
recursos empleando a aquellos que trabajan por salarios bajos y cuyo
trabajo es parecido a su salario, más bien resultarán en pérdida. La
obra se retrasará y la causa será desacreditada. Hermanos, podréis
vosotros economizar todo lo que querráis en vuestros asuntos perso-
nales, en la construcción de vuestras propias casas, en la selección
de vuestra ropa, en la provisión de vuestro sustento, y en vuestros
gastos generales; pero no impongáis esta economía a la obra de Dios
de tal manera que impidáis que hombres capaces y de verdadero
valor moral participen en ella.
En los juegos olímpicos, a los que el apóstol Pablo nos llama
la atención, los que participaban en las carreras debían efectuar
una preparación muy completa. Eran entrenados durante meses por
diferentes maestros expertos en ejercicios calculados para dar forta-
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leza y vigor al cuerpo. Debían ingerir solamente los alimentos que
mantendrían el cuerpo en la condición más saludable; su vestimenta
estaba calculada para permitir que los órganos y músculos actuaran
libremente. Si los que participaban en carreras para obtener honores
terrenales estaban obligados a someterse a una disciplina tan severa
a fin de tener éxito, cuánto más necesario es para los que se dedi-
can a la obra del Señor disciplinarse y prepararse cabalmente para
alcanzar el éxito. Su preparación debiera ser tanto más perfecta, su
seriedad y abnegación en sus esfuerzos tanto mayores que las de
los aspirantes a honores mundanales, como las cosas celestiales son
de más valor que las terrenales. Tanto la mente como los músculos
debieran entrenarse mediante esfuerzos de lo más perseverantes. El
camino hacia el éxito no es una senda pareja en la que viajamos en
coches palaciegos, sino un sendero áspero y lleno de obstáculos que
pueden superarse únicamente por medio de trabajo paciente.