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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
la verdad presente. ¿Cómo pues, seréis vosotros capaces de hacer
decisiones correctas, de trazar planes sabios y de impartir el sabio
consejo a no ser que estéis vinculados con la Fuente de toda sabiduría
y justicia? Las transacciones administrativas en vuestros concilios
se han llevado a cabo de una manera demasiado liviana. Habéis
dado lugar en estas importantes reuniones al lenguaje común, a
declaraciones comunes, y a comentarios acerca de las acciones de
los demás. Debéis recordar que el Dios eterno está de testigo en
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todas estas reuniones. El ojo de Jehová, que todo lo ve, mide cada
una de vuestras decisiones y son comparadas con su santa ley, su
gran norma de justicia. Aquellos que ocupan puestos de consejeros
deben ser hombres de oración, hombres de fe, hombres libres de
egoísmo, hombres que no se atrevan a confiar en su propia sabiduría
humana, sino que oren con fervor pidiendo iluminación con respecto
a la mejor manera de llevar a cabo los asuntos que han sido confiados
en sus manos.
Reglamentos mundanos
Los reglamentos adoptados por los hombres de negocios del
mundo no debieran ser los que los administradores de nuestras
instituciones adopten. La política egoísta no procede del cielo, es
terrenal. En este mundo el lema principal es: “El fin justifica los
medios”, y esto se puede notar en todos los ambientes de negocios.
Es algo que ejerce influencia en todos los niveles de la sociedad, en
los grandes concilios de las naciones y dondequiera que el Espíritu
de Cristo no constituye el principio gobernante. La prudencia, la
cautela, el tacto y la destreza deben ser cultivados por todos los que
están relacionados con la oficina de publicaciones y los que sirven
en nuestro colegio y sanatorio. Sin embargo, las leyes del bien y la
justicia no deben dejarse de lado y no debiera prevalecer el principio
de que cada uno logrará el éxito de su ramo de trabajo sin considerar
los demás ramos. Los intereses de todos deben cuidarse celosamente
para asegurarse que no sean traspasados los derechos de ninguna
persona. En el mundo, el dios del comercio es demasiado a menudo
el dios del fraude, pero no debiera ser así entre los que se dedican a
la obra del Señor. La norma mundana no debe ser la norma de los
que se relacionan con las cosas sagradas.