Página 585 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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La apariencia del mal
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sed de justicia, a fin de que sean una luz y fuerza para otros. Nuestro
Dios es un Dios celoso; y requiere que le adoremos en espíritu y en
verdad, en la hermosura de la santidad. El salmista dice: “Si en mi
corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me oyera”.
Salmos 66:18
. Como obreros, debemos prestar atención a nuestros
caminos. Si el salmista no podría haber sido oído si en su corazón
hubiese mirado la iniquidad, ¿cómo pueden ser oídas las oraciones
de los hombres ahora, mientras conservan la iniquidad?
Después que hubo pasado la fecha en 1844, el fanatismo penetró
en las filas de los adventistas. Dios mandó mensajes de amonestación
para detener este incipiente mal. Había demasiada familiaridad entre
algunos hombres y mujeres. Les presenté la alta norma de la verdad
que debíamos alcanzar y la pureza de comportamiento que debíamos
conservar, a fin de recibir la aprobación de Dios; pero el mensaje
que Dios dio fue despreciado y rechazado. Se volvieron contra mí y
dijeron: “¿Ha hablado Dios solamente por usted y no por nosotros?”
No enmendaron sus caminos y el Señor los dejó seguir hasta que la
contaminación señaló su vida.
No estamos fuera de peligro aun ahora. Cada alma que se de-
dica a dar al mundo el mensaje de amonestación será severamente
tentada a seguir en la vida una conducta que niegue su fe. Es el
plan estudiado de Satanás hacer a los obreros débiles en la oración,
débiles en poder e influencia, a causa de sus defectos de carácter.
Como obreros, debemos condenar unánimemente cuanto presente
la menor aproximación al mal en nuestro trato mutuo. Nuestra fe
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es santa; nuestra obra consiste en honrar la ley de Dios, y no es de
carácter tal que rebaje los pensamientos y la conducta de uno a un
nivel inferior.
Tenemos que estar sobre una plataforma elevada. Debemos creer
y enseñar la verdad tal como es en Jesús. La santidad de corazón
no conducirá nunca a acciones impuras. Cuando uno que asevera
enseñar la verdad se inclina a estar mucho en compañía de mujeres
jóvenes o aun casadas, cuando pone familiarmente su mano sobre
ellas, o está a menudo conversando con ellas de una manera familiar,
temedle. Los principios puros de la verdad no están engarzados en su
alma. Los tales no están en Cristo, y Cristo no mora en ellos. Nece-
sitan una conversión cabal, antes que Dios pueda aceptar su trabajo.
La verdad de origen celestial no degrada nunca al que la recibe; ni