Página 587 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

Basic HTML Version

La apariencia del mal
583
Si entran en la obra hombres casados, dejando a sus esposas en
casa para cuidar a los niños, la esposa y madre está haciendo una
obra tan grande e importante como la del esposo y padre. Mientras
él está en el campo misionero, ella es, en el hogar, una misionera
cuyos cuidados, ansiedades y cargas exceden con frecuencia a las
del esposo y padre. Es importante y solemne su obra de amoldar la
mente y el carácter de sus hijos, de prepararlos para ser útiles aquí
e idóneos para la vida futura e inmortal. En el campo misionero, el
esposo puede recibir los honores de los hombres, mientras que la que
trabaja en casa no recibe tal vez reconocimiento terrenal por su labor.
Pero si ella trabaja para los mejores intereses de su familia, tratando
de amoldar su carácter según el modelo divino, el ángel registrador
escribe su nombre como el de una de las mayores misioneras del
mundo. Dios no aprecia las cosas de acuerdo a la visión finita del
hombre.
¡Cuán cuidadoso debe ser el esposo y padre en mantener su
lealtad a sus votos matrimoniales! ¡Cuánta circunspección debe
haber en su carácter, no sea que estimule en algunas jóvenes, o aun en
mujeres casadas, pensamientos que no estén de acuerdo con la norma
alta y santa: los Mandamientos de Dios! Cristo enseña que estos
mandamientos son amplísimos, y que llegan hasta los pensamientos,
intentos y propósitos del corazón. Allí es donde muchos delinquen.
[561]
Las imaginaciones de su corazón no son del carácter puro y santo
que Dios requiere; y por muy alta que sea su vocación, por talentosos
que sean ellos, Dios anotará la iniquidad contra ellos, y los contará
como mucho más culpables y merecedores de su ira que aquellos
que tienen menos talento, menos luz, menos influencia.
Quedo apenada cuando veo a ciertos hombres alabados, adulados
y mimados. Dios me ha revelado que algunos de los que reciben estas
atenciones son indignos de pronunciar su nombre. Sin embargo, son
ensalzados hasta el cielo en la estima de algunos seres finitos, que
leen tan sólo la apariencia externa. Hermanas mías, nunca miméis
ni aduléis a pobres hombres falibles y sujetos a yerros, sean jóvenes
o ancianos, casados o solteros. No conocéis sus debilidades, y no
sabéis si estas mismas atenciones y profusas alabanzas no han de
provocar su ruina. Me alarma la cortedad de visión, la falta de
sabiduría que muchos manifiestan al respecto.