Página 595 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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El amor por los que yerran
Cristo vino a poner la salvación al alcance de todos. Sobre la
cruz del Calvario pagó el precio infinito de la redención de un mundo
perdido. Su abnegación y sacrificio propio, su labor altruista, su hu-
millación, sobre todo la ofrenda de su vida, atestiguan la profundidad
de su amor por el hombre caído. Vino a esta tierra a buscar y salvar
a los perdidos. Su misión estaba destinada a los pecadores: de todo
grado, de toda lengua y nación. Pagó el precio para rescatarlos a to-
dos y conseguir que se le uniesen y simpatizasen con él. Los que más
yerran, los más pecaminosos, no fueron pasados por alto; sus labores
estaban especialmente dedicadas a aquellos que más necesitaban la
salvación que él había venido a ofrecer. Cuanto mayores eran sus
necesidades de reforma, más profundo era el interés de él, mayor
su simpatía, y más fervientes sus labores. Su gran corazón lleno de
amor se conmovió hasta lo más profundo en favor de aquellos cuya
condición era más desesperada, de aquellos que más necesitaban su
gracia transformadora.
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En la parábola de la oveja perdida se representa el maravilloso
amor de Cristo por los que yerran, los vagabundos. No prefiere
quedar con aquellos que aceptan su salvación, otorgándoles todos
sus esfuerzos y recibiendo su gratitud y amor. El verdadero pastor
abandona el rebaño que le ama, y va al desierto, soporta penurias
y arrostra peligros y muerte, a fin de buscar y salvar la oveja que
se extravió del redil, y que va a perecer si no se la trae de vuelta.
Cuando después de diligente búsqueda halla a la oveja perdida,
el pastor, aunque cansado, dolorido y hambriento, no deja que esa
oveja débil le siga ni la arrea, sino que la recoge en sus brazos, y
poniéndola sobre sus hombros, la lleva al redil. Luego invita a sus
vecinos a regocijarse con él por haber recobrado la oveja perdida.
La parábola del hijo pródigo y la de la dracma perdida, enseñan
la misma lección. Cada alma que está especialmente en peligro por
haber caído en la tentación causa pena al corazón de Cristo, y obtiene
su más tierna simpatía y labor más ferviente. Siente más gozo por
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