Página 596 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
cada pecador que se arrepiente que por los noventa y nueve que no
necesitan arrepentimiento.
Estas lecciones son para nuestro beneficio. Cristo ha ordenado a
sus discípulos que cooperen con él en su obra y que se amen unos a
otros como él los ha amado. La agonía que sufrió en la cruz atestigua
el valor que atribuye al alma humana. Todos los que aceptan esta
gran salvación se comprometen a ser colaboradores con él. Nadie
debe considerarse como favorito especial del cielo ni concentrar su
interés y atención en sí mismo. Todos los que se han alistado en el
servicio de Cristo han de trabajar como él trabajó, y han de amar
como él amó a los que están en ignorancia y pecado.
Pero entre nosotros como pueblo hace falta una simpatía profun-
da y ferviente, que conmueva el alma, y necesitamos tener amor por
los tentados y los que yerran. Muchos han manifestado gran frialdad
y la negligencia pecaminosa que Cristo representó por medio del
hombre que se pasó de un lado; se han mantenido tan alejados como
podían de aquellos que necesitan ayuda. El alma recién convertida
tiene con frecuencia fieros conflictos con costumbres arraigadas, o
con alguna forma especial de tentación, y, siendo vencida por alguna
pasión o tendencia dominante, comete a veces alguna indiscreción
o un mal verdadero. Entonces es cuando se requieren energía, tac-
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to y sabiduría de parte de sus hermanos, a fin de que pueda serle
devuelta la salud espiritual. A tales casos se aplican las instruccio-
nes de la Palabra de Dios: “Hermanos, si alguno fuere tomado en
alguna falta, vosotros que sois espirituales, restaurad al tal con el
espíritu de mansedumbre; considerándote a ti mismo, porque tú no
seas también tentado”. “Así que, los que somos más firmes debemos
sobrellevar las flaquezas de los flacos, y no agradarnos a nosotros
mismos”
Gálatas 6:1
;
Romanos 15:1
.
¡Pero cuán poco de la compasiva ternura de Cristo manifiestan
los que profesan seguirle! Cuando uno yerra, con frecuencia los otros
se sienten con libertad para hacer aparecer el caso tan malo como
sea posible. Los que son tal vez culpables de pecados tan grandes en
otra dirección tratan a su hermano con severidad cruel. Los errores
cometidos por ignorancia, irreflexión o debilidad, son exagerados
hasta presentarse como pecados voluntarios y premeditados. Al ver
a las almas extraviarse, algunos cruzan las manos y dicen: “Ya le
dije. Sabía que no se podía fiar en ellas”. Así adoptan la actitud