Página 597 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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El amor por los que yerran
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de Satanás, regocijándose en espíritu de que sus malas sospechas
resultaron correctas.
Debemos esperar encontrar y tolerar grandes imperfecciones en
aquellos que son jóvenes inexpertos. Cristo nos ha invitado a tratar
de restaurar a los tales con espíritu de mansedumbre, y nos tiene por
responsables si seguimos una conducta que los impulse al desaliento,
a la desesperación y la ruina. A menos que cultivemos diariamente la
preciosa planta del amor, estamos en peligro de volvernos estrechos
y fanáticos, faltos de simpatía y criticones, estimándonos justos
cuando distamos mucho de ser aprobados por Dios. Algunos son
descorteses, bruscos y rudos. Son como erizos de castañas; pinchan
cuando quiera que se les toque. Los tales causan un daño incalculable
representando falsamente a nuestro amante Salvador.
Debemos alcanzar una norma más elevada o seremos indignos de
llamarnos cristianos. Para salvar a los que yerran, debemos cultivar el
espíritu con que Cristo trabajó. Ellos le son tan caros como nosotros.
Son igualmente capaces de ser trofeos de su gracia y herederos
del reino. Pero están expuestos a las trampas del astuto enemigo,
expuestos al peligro y a la contaminación, y sin la gracia salvadora
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de Cristo, a la ruina segura. Si nosotros considerásemos este asunto
en su debida luz, ¡cómo se vivificaría nuestro celo, se multiplicarían
nuestros esfuerzos fervientes y abnegados, a fin de acercarnos a
aquellos que necesitan nuestra ayuda, nuestras oraciones, nuestra
simpatía y nuestro amor!
Consideren aquellos que han sido remisos en esta obra la orden
del gran mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a tí mismo”.
Mateo 22:39
. Esta obligación recae sobre todos. Se requiere de todos
que trabajen para disminuir los males y multiplicar las bendiciones
de sus semejantes. Si somos fuertes para resistir la tentación estamos
bajo mayor obligación de ayudar a los que son débiles y ceden a ella.
Si tenemos conocimiento, debemos instruir al ignorante. Si Dios nos
ha bendecido con bienes de este mundo, es nuestro deber socorrer a
los pobres. Debemos trabajar para beneficio de los demás. Que todos
los que están dentro de la esfera de nuestra influencia participen
de cualquier excelencia que poseamos. Nadie debe contentarse con
alimentarse del pan de vida sin compartirlo con los que le rodean.
Viven tan sólo para Cristo y honran su nombre aquellos que
son fieles a su Maestro, tratando de salvar lo que se había perdido.