Página 599 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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El amor por los que yerran
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Dios llama a sus hijos a despertar y a salir de la atmósfera frígida
en la cual han estado viviendo, a sacudir las impresiones e ideas
que helaron los impulsos del amor y los mantuvieron en inactividad
egoísta. Los invita a subir de su nivel bajo y terrenal y respirar en la
clara y asoleada atmósfera del cielo.
Nuestros cultos deben ser ocasiones sagradas y preciosas. La
reunión de oración no es un lugar donde los hermanos han de cen-
surarse y condenarse unos a otros, donde haya sentimientos des-
provistos de bondad y discursos duros. Cristo será ahuyentado de
las asambleas donde este espíritu se manifieste, y Satanás vendrá
para dirigir. No debe dejarse penetrar nada que sepa a un espíritu
anticristiano, falto de amor, porque ¿no nos congregamos para pedir
misericordia y perdón del Señor? El Salvador ha dicho claramente:
“Con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados; y con la medida con
que medís, os volverán a medir”.
Mateo 7:2
. ¿Quién puede subsistir
delante de Dios y presentar un carácter sin defecto, una vida sin
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mancha? ¿Cómo puede, pues, atreverse alguno a criticar y condenar
a sus hermanos? Aquellos que pueden esperar salvación únicamente
por los méritos de Cristo, que deben buscar perdón por la virtud de
su sangre, están bajo la más solemne obligación de manifestar amor,
piedad y perdón hacia sus compañeros de pecado.
Hermanos, a menos que aprendáis a respetar el lugar de devoción,
no recibiréis la bendición de Dios. Podéis rendirle una forma de
adoración, pero no será un servicio espiritual. “Porque donde están
dos o tres congregados en mi nombre”,-dice Jesús-, “allí estoy en
medio de ellos”.
Mateo 18:20
. Todos deben sentir que están en la
presencia divina, y en vez de espaciarse en las faltas y errores de los
demás, deben escudriñar diligentemente su propio corazón. Si tenéis
que confesar vuestros propios pecados, cumplid con vuestro deber,
y dejad a los demás hacer el suyo.
Cuando seguís vuestra propia dureza de carácter y manifestáis
un espíritu rudo e insensible, estáis repeliendo a los mismos que
debierais ganar. Vuestra dureza destruye su amor por la congrega-
ción, y con demasiada frecuencia termina por ahuyentarlos de la
verdad. Debierais daros cuenta de que vosotros mismos estáis bajo la
reprensión de Dios. Mientras condenáis a otros, el Señor os condena
a vosotros. Debéis confesar vuestra conducta anticristiana. Obre el
Señor en el corazón de cada miembro de la iglesia, hasta que su