Página 61 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Un testimonio importante
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Lo que a nosotros nos parece apropiado puede ser, en realidad, todo
lo contrario.
El Hno. _____ ha sido un buscador sincero del conocimiento. Ha
procurado inculcarles a los alumnos la idea de que son responsables
por su tiempo, sus talentos, y sus oportunidades. Es imposible que
un hombre lleve sobre sí tantos cuidados y responsabilidades tan
pesadas sin volverse precipitado, agobiado y nervioso. Los que
rehusan aceptar las cargas que ponen sus fuerzas a máxima prueba
no saben nada de la presión que recae sobre aquellos a quienes les
toca llevarlas.
Hay algunos en el colegio que han buscado sólo aquello que
ha sido desafortunado y desagradable en su asociación con el Hno.
_____. Estas personas no poseen el espíritu noble y semejante a
Cristo que no piensa el mal. Le han sacado el mayor partido a toda
palabra y acto desconsiderado, y los han traído a la memoria en el
momento cuando la envidia, el prejuicio, y los celos estaban activos
en los corazones no cristianos.
Cierto escritor ha dicho que “los recuerdos que atesora la envidia
no son otra cosa que una serie de ganchos para colgar los rencores”.
En el mundo hay muchos que toman como evidencia de superioridad
el recuento de cosas y personas “que no pueden tolerar”, en lugar de
aquellas cosas y personas a las cuales se sienten atraídos. No pro-
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cedió así el gran apóstol. Aconsejó a sus hermanos de esta manera:
“Todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo
lo que es de buena reputación, si hay virtud alguna, si algo digno de
alabanza, en esto pensad”
Filipenses 4:8
.
La envidia no es simple ente una perversión del carácter, sino un
disturbio que trastorna todas las facultades. Empezó con Satanás. El
deseaba ser el primero en el cielo, y, porque no podía tener todo el
poder y la gloria que buscaba, se rebeló contra el gobierno de Dios.
Envidió a nuestros primeros padres, y los indujo a pecar, y así los
arruinó a ellos y a toda la familia humana.
El hombre envidioso cierra los ojos para no ver las buenas cua-
lidades y nobles acciones de los demás. Está siempre listo para
despreciar y representar falsamente lo excelente. Con frecuencia
los hombres confiesan y abandonan otras faltas; pero poco puede
esperarse del envidioso. Puesto que el envidiar a una persona es ad-
mitir que ella es superior, el orgullo no permitirá ninguna concesión.