Página 62 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
Si se hace un esfuerzo para convencer de su pecado a la persona
envidiosa, se exacerba aún más contra el objeto de su pasión, y con
demasiada frecuencia permanece incurable.
El envidioso difunde veneno dondequiera que vaya, enajenando
amigos, y levantando odio y rebelión contra Dios y los hombres.
Trata de que se le considere el mejor y el mayor, no mediante esfuer-
zos heróicos y abnegados para alcanzar el blanco de la excelencia él
mismo, sino permaneciendo donde está, y disminuyendo el mérito
de los esfuerzos ajenos.
Tanto en la iglesia como en el colegio hay algunos que han aca-
riciado la envidia en su corazón. Dios no está conforme con vuestro
proceder. Os ruego, por amor a Cristo, que nunca tratéis a otro como
habéis tratado al Hno. _____. Una naturaleza noble no se complace
en causar dolor a otros, ni se deleita en descubrir sus deficiencias. El
discípulo de Cristo le dará la espalda con repugnancia al festejo del
escándalo. Algunos de los que han estado activos en esta ocasión
vuelven a seguir el mismo curso contra uno de los afligidos siervos
del Señor, uno que había sacrificado salud y fuerza en servicio de
ellos. El Señor vindicó la causa del oprimido e hizo resplandecer la
luz de su rostro sobre su siervo afligido. Luego vi que Dios probaría
a estas personas una vez más, como lo ha hecho ya, con el propósito
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de revelar lo que había en sus corazones.
Cuando David pecó, Dios le dio que escogiera recibir su castigo
de Dios o de mano de los hombres. El rey arrepentido escogió caer
en las manos de Dios. Las tiernas misericordias de los malvados son
crueles. El hombre descarriado y pecador, que puede mantenerse
en el camino correcto solamente mediante el poder de Dios, es aún
así duro de corazón, incapaz de perdonar a su hermano errante. Mis
hermanos de Battle Creek, ¿qué cuenta rendiréis ante el tribunal de
Dios? Gran luz os ha sido dada en forma de reproches, advertencias
y ruegos. ¡Cómo habéis desdeñado los rayos de luz enviados del
cielo!
El apóstol Santiago declara que la lengua que se deleita en el
agravio, la lengua chismosa que dice: Cuente, que yo también le
contaré, es inflamada del infierno. Esparce tizones encendidos por
todos lados. ¿Qué le importa al sembrador de chismes si difama al
inocente? No detendrá su mala obra, aunque destruya la esperanza y
el valor en quienes ya se hunden bajo sus cargas. Sólo le interesa sa-