Página 613 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Una carta
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confianza, la misma estrecha simpatía y el amor que había tenido
por usted en tiempos pasados; pero sé que mi esposo no comparte
los mismos sentimientos, y no tiene mucho sentido que yo me ponga
a discutir estas cosas con él. Estoy demasiado débil para exponerle
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las cosas tal como las pienso, y él está muy encerrado en sus ideas y
sentimientos; pero quería decirle que yo tengo una fe completa en
los testimonios y en su obra, y por mucho tiempo he estado deseando
tener la oportunidad de decirle esto, y ahora me siento libre para
hacerlo. ¿Me perdona por los sentimientos y palabras expresados
contra usted? He contristado el Espíritu de Dios y a veces sentí que
él me había abandonado; pero no tengo estos sentimientos ahora,
ni tampoco los he tenido por mucho tiempo. Nunca me había dado
cuenta del peligro de expresar la incredulidad como durante las
últimas semanas que han pasado. Temo por mi marido porque él
expresa la incredulidad; y me temo que él lo abandone todo y se
convierta en un ateo. Oh, ¡cuánto anhelo poder ayudarlo!”
Hermano O, cuando usted me dijo que su esposa murió no cre-
yendo en los testimonios, no lo contradije; pero pensé que no me
había dicho la verdad. Luego decidí que usted estaba en gran oscu-
ridad, porque tengo en mi poder una carta que ella me escribió, en
la cual me decía que ella tenía plena confianza en los testimonios
y que se daba cuenta que decían la verdad con respecto a usted
y a ella. Yo asistí al campestre en _____, y usted estaba presente.
En aquella ocasión tuvo usted una experiencia que hubiese sido de
valor perdurable, si se hubiera mantenido humilde ante Dios como
en aquel tiempo. Entonces usted humilló su corazón y puesto de
rodillas me pidió que lo perdonara por las cosas que había dicho
en cuanto a mí y la obra que hago. Dijo: “No se puede imaginar
cuán severamente he hablado contra usted”. Le aseguré que yo lo
perdonaba sin reserva, como esperaba que Cristo me perdonase a
mí mis propios pecados y errores. En presencia de varias personas
usted declaró que había dicho muchas cosas para ocasionarme daño;
todas las cuales le aseguré que yo le perdonaba libremente, porque
no eran contra mí. Ninguna de estas cosas era contra mí; yo era
sencillamente una sierva que llevaba el mensaje que Dios me daba.
No era a mí personalmente contra quien usted se levantaba; era el
mensaje que Dios le enviaba por medio de un humilde instrumento.
Fue a Cristo a quien causó daño, no a mí. Le dije: “No quiero que