Página 614 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5
usted me confiese a mí. Arregle todas las cosas entre su alma y Dios,
y todo quedará bien entre usted y yo”. Usted malinterpretó del todo
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algunas de las expresiones que le fueron dirigidas por escrito. Y des-
pués de leerlas detenidamente una vez más, dijo que no eran como
había pensado, y se hicieron las paces. Después de esta entrevista,
dijo que nunca había experimentado lo que era la conversión, pero
que había nacido de nuevo, que se había convertido por primera vez.
Podía decir que amaba a sus hermanos; su corazón estaba libre y
feliz, se daba cuenta de la santidad de la obra como nunca antes; y
sus cartas expresaban el cambio profundo que el Espíritu de Dios
había obrado.
Y sin embargo, yo sabía que usted volvería a dar los mismos
pasos y que sería puesto a prueba con respecto a los mismos puntos
que anteriormente ocasionaran su fracaso. De la misma manera hizo
Dios con los hijos de Israel; así lo ha hecho con sus hijos en todas
las épocas. Los probará donde fracasaron anteriormente; los probará,
y si fracasan bajo la prueba la segunda vez, los vuelve a someter a la
misma prueba una vez más.
El corazón me duele cada vez que pienso en usted; mi alma se
entristece de verdad. Toda alma es de valor porque ha sido comprada
por la preciosa sangre de Jesucristo. A veces pienso que nosotros
no apreciamos debidamente lo que fue comprado por la sangre
de Jesucristo, a saber, la redención del alma. Cuando considero
el precio infinito pagado por la redención de almas individuales,
pienso: “¿Qué si esa alma finalmente se pierde? ¿Qué si rehusa ser un
alumno en la escuela de Cristo y deja de practicar la mansedumbre, la
humildad, y no lleva sobre sí el yugo de Cristo?” Esto, mi hermano,
ha sido su mayor fracaso. Si se hubiera consultado menos a sí mismo
y hubiera hecho de Jesús su consejero, sería usted ahora poderoso en
gracia y en el conocimiento de Jesucristo. No se ha unido en yugo
con Cristo; no ha sido lleno de su Espíritu. Oh, ¡cuánto necesita que
se imponga el molde divino sobre su carácter!
Cuando consideramos nuestras ventajas superiores, y sabiendo
que seremos juzgados por la luz y los privilegios que el Señor nos
ha concedido, hay mucho por lo cual tenemos que rendir cuenta.
No podemos reclamar que hemos sido menos favorecidos con luz
que el pueblo que por siglos ha sido un asombro y un reproche
para el mundo. No podemos esperar que se dé el fallo en nuestro