Página 629 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 5 (1998)

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La confesión aceptable
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nuestro Dios, y servido a los baales. Y Jehová respondió a los hijos
de Israel: ¿No habéis sido oprimidos de Egipto, de los amorreos, de
los amonitas, de los filisteos ...? Mas vosotros me habéis dejado y
habéis servido a dioses ajenos, por tanto, yo no os libraré más. Andad
y clamad a los dioses que os habéis elegido; que os libren ellos en
el tiempo de vuestra aflicción. Y los hijos de Israel respondieron a
Jehová: Hemos pecado, haz tú con nosotros como bien te parezca;
sólo te rogamos que nos libres en este día. Y quitaron de entre sí los
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dioses ajenos, y sirvieron a Jehová; y él fue movido a compasión a
causa del sufrimiento de Israel”.
Jueces 10:10-17
.
La confesión no será aceptable ante Dios sin un arrepentimiento
y reforma sinceros. Han de haber cambios decididos en la vida; todo
lo que ofende a Dios ha de ser puesto a un lado. Este será el resultado
de una tristeza genuina por el pecado. Pablo, refiriéndose a la obra
del arrepentimiento dice: “Porque he aquí, esto mismo de que hayáis
sido contristados según Dios, ¡qué solicitud produjo en vosotros,
qué defensa, qué indignación, qué temor, qué ardiente afecto, qué
celo, y qué vindicación! En todo os habéis mostrado limpios en el
asunto”.
2 Corintios 7:11
.
En los días de Samuel, los israelitas se apartaron de Dios. Su-
frían las consecuencias del pecado por cuanto habían perdido su
fe en Dios, perdido el discernimiento de su poder y sabiduría en
el gobierno de la nación, perdido su confianza en su capacidad de
defender y vindicar su causa. Se apartaron del gran Gobernador
del universo y desearon ser gobernados al estilo de las naciones
circunvecinas. Antes de encontrar la paz, hicieron esta confesión
definida: “A todos nuestros pecados hemos añadido este mal de
pedir rey para nosotros”.
1 Samuel 12:19
. El mismo pecado del cual
se convencieron tuvo que ser confesado. Su ingratitud oprimía sus
almas y los desvinculaba de Dios.
Cuando el pecado ha adormecido las percepciones morales, el
malhechor no discierne los defectos de su carácter ni se da cuenta
de la enormidad del mal que ha cometido; y, a menos que se rinda al
poder convincente del Espíritu Santo, permanecerá en una ceguera
parcial con respecto a su pecado. Sus confesiones no son sinceras y
fervorosas. A cada reconocimiento de su culpa añade una disculpa
para excusar su proceder, declarando que si no hubiese sido por
ciertas circunstancias, no hubiera hecho esto o aquello, por lo que